PARTE 1
Primero fue el silencio.
Yo le había dado mi teléfono a la salida de una obra de
teatro espantosa en la que el azar hizo que coincidiéramos, un espectáculo
hecho por un grupo de teatro independiente del interior que transcurría en una
especie de barca y que nos había llevado a Diana y a mí a lamentar seriamente
el hecho de haber arrastrado hasta la Sala Verdi a Yolanda, la madre de mi
amiga con sus ochenta abriles, su andador de lentos pasos y su paciencia a
prueba de balas.
Hacía veinte años que no nos veíamos, y él estaba igual,
igual que siempre. Nos prometimos un encuentro algún día, encuentro que no se
dio ni en esa semana ni en el resto del año.
Luego fue la distancia. Apenas un saludo a lo lejos en
medio de una exposición de autos clásicos bajo el sol rabioso de febrero, sobre
la rambla de Punta Carretas, justo en la mañana de ese domingo en que yo me
había levantado tan extraña que no me sentía dentro de mi cuerpo y había tenido
que recurrir al SEMM para saber que no estaba de remate y que eso ya le había
pasado antes a otras personas.
Lástima que ni él ni yo estábamos solos ese día, y
volvimos a perdernos.
Casi arrancaba ya la primavera cuando en una
concentración por la diversidad sexual en la Plaza Libertad apareció su sonrisa y me detuve.
Algún día por fin llegó el verano; vinieron la arena, el
sol, los caminos de caracoles, los tragos a la madrugada, las horas de ocio,
los libros postergados, el tiempo para todo, para charlar sin decidirse, para
desear sin ansiedades.
Para algunas cosas el apuro no tiene razón de ser.
PARTE 2
_ Sí, m’hija, ya entendí lo que me planteás, pero no
estoy de acuerdo, a mí me parece que no es por ahí la cosa. Yo qué
sé por qué. Porque no los quiero dejar más sin clases, porque por
algo me desafilié después de veintipico de años, porque… Ta, tenés razón. No,
no, en serio, cuando tenés razón, tenés razón, te lo reconozco. No nos vamo’ a
andar peleando por teléfono cuando hace tanto que no nos vemos, no da. Otro día
hablamos de eso. ¿Tu marido, tus hijos? Pah, qué bueno. Me alegro pila, che. Y,
sí, ya era hora. Un día te alcanzo el cd con las fotos del último encuentro con
las chiquilinas; ¿te acordás, que saqué como veinte fotos? Esas. ¿Qué? Ah, ¿yo?
Bien. Bien, sí… ¿Qué querés que te diga? Sí, obvio que seguimos. ¿Perdón? ¿Y
esa risa? Esta es otra etapa, nada que ver. ¿Viste
las fotos que colgué en el muro? Me ayudó con las lámparas; un divino.
Me dejó sin luz en el living, es verdad, pero bueh, un detalle. Yo qué
sé qué hizo; de repente fuimos a levantar la llave general, y nada. Ni luz
del frente ni de la entrada. Una semana pasé así; hasta llamé a mi viejo a
Cerro Largo a ver si tenía idea de qué diablos podía ser. Al final
quedó todo bien. Como
cuando se llevó mi computadora para la casa y la estuvo formando todo el fin de
semana. Sí, formateando, eso, es lo mismo. Bueno, como te decía, se la llevó,
la limpió de bichos y cuando me la fue a devolver resulta que todo era
diferente, ya ni sé cómo editar las fotos, nada. ¡Casi no encuentro el
procesador de textos, imagínate! ¿Eh? Ta, otro día la
seguimos. Justo que te iba a contar todo lo bueno…Dale. Beso, cuídate.
PARTE 3
Esquema de guión para mi próxima película.
Escena 1. Secuencia basada en la reiteración. Primer
plano de fila de butacas en un cine cualquiera de Montevideo. Mujer enrulada
que por momentos suspira, se asusta o se inclina mirando con atención lo que
ocurre en la pantalla. A su lado un hombre alto de pelo negro y campera de
cuero oscila entre cabecear y entreabrir los ojos, hasta que su compañera le da
un discreto codazo. Él finge despertarse y mira hacia adelante sin ver más que
sus pestañas, que vuelven a cerrarse. La acción se deberá repetir entre ocho y
nueve veces, hasta que la cámara se enfoca en el “The end” de rigor con el que
termina la función, antes de mostrar las luces que se encienden y pasar a un
fundido en blanco. Como variante a considerar, en vez de en un cine la acción
puede ubicarse en un recital de Nicolás Arnicho en el Teatro Solís.
Escena 2. Mini road-movie, solo que en vez de ir en auto
los personajes caminan. Ambos recorren solitarias y por momentos desoladas calles
de la Curva de Maroñas en busca de fotos de iglesias y campanarios, de fábricas
abandonadas y de viejas casas con fantasmas. Larga secuencia ubicada en el Club
Ciclista Fénix, donde la mujer de los rulos manifiesta su deseo de acercarse a
la vieja sede de la institución y el hombre de negro convence a un veterano del
lugar para que les preste la llave del candado, atraviesen el portón principal
y se pasen media hora rodeando y fotografiando la enorme casona antigua y señorial aún pese al desgaste y al
peligro de derrumbe, peligro del cual los dos protagonistas son cuidadosamente avisados
por el veterano del club. Salen de allí con aire de felicidad, y continúan su
recorrido, con las cámaras en el bolsillo, ya que llevarlas en la mano sería
una imprudencia casi imperdonable.
Escena 3. Detalles de alcoba. Serie de situaciones
cercanas al sueño ubicadas en diversos días y que finalizan siempre de igual
manera, con el hombre durmiéndose exactamente un segundo después de pronunciar
su última frase de la noche que suele ser algo como "creo que en un ratito me voy a dormir".
Escena 4. El toque romántico. Cámara ubicada en el
interior de un ómnibus de transporte internacional de pasajeros. Primer plano
de la mujer, sentada junto a la ventanilla y escudriñando el panorama de las
calles y veredas de la entrada a Montevideo. En una esquina su rostro
se ilumina al cruzarse con el de él, que ha venido en medio de
la noche más fría del año solo para dejarle un beso y un saludo silencioso a su
paso. La escena se funde con la caída de miles de pétalos de rosas y unos
angelitos que sobrevuelan la Plaza Cuba abrigados con bufandas y guantes de lana.
Escena 5. Momentos de cotidianeidad. La cámara oscilará
entre un primer plano de la cena con
pollo y papas al natural recién preparada, un libro antiguo entreabierto
sobre la mesita de luz, una vista de la gata arisca de la familia dejándose mimar
por el hombre, una seguidilla de momentos en que la mujer pone cara de no tener
idea de quiénes son los músicos que él menciona, el sonido de un timbre por la
noche, y de la ventana que se abre por
la mañana, la imagen de dos manos que se encuentran y de la sonrisa feliz de
ella, en primer plano.
Y ya sobran las palabras. O tal vez no.