Aguas Dulces
_ ¿Le sangran las encías al cepillarse?- preguntó la dentista.
_ No. -respondí, y aclaré por las dudas: - A veces, cuando me paso el hilo.
…
_ A ver si me va diciendo qué números le señalo… - ordenó el oculista, que era un joven muy amable.
_ A… T… d… ¿c? O tal vez o…
…
_ Ahora va a sentir un pinchacito. -anticipó el del examen de sangre- Pero apenas.
_ Mirá que a veces me desmayo. -aviso, pero no hubo tiempo, porque la cosa duró pocos segundos y yo me mantuve con la mirada fija en la pared de enfrente.
…
_ Pase por la balanza. -dijo la doctora.
“Que no me diga, que no me diga”, pensaba yo, y por suerte no me dijo.
_Ahora párese junto a esta pared. -indicó, y cuando lo hice murmuró: -1.63.
_ Pero yo mido 1.65. -aduje- ¿Ya me estoy achicando?
_Es probable.
…
_ Bueno, este era el último examen. -saludó la chica de la recepción -Puede retirar el carnet de salud a partir de mañana. No olvide traer la vacuna antitetánica. Buenos días.
…
Y ahora aquí estoy, reponiéndome de las diez horas de ayuno, con un par de cm que desaparecieron, encías frágiles y ojos que ven cada vez menos, haciendo trámites para la prórroga de la edad jubilatoria. ¿Cuándo pasó todo esto? Ayer de mañana estaba lavando mi ropa hippie de Valizas y hoy…
Debe haber un error.
Debe ser eso.
Alguien intentó entrar a mi casa durante el tiempo en que estuve de vacaciones. Treparon por el muro del costado (que ahora tiene una parte sin los vidrios de punta que hace mil años le había puesto mi viejo) y trataron de forzar la puerta de la cocina (sacándole infamemente el trocito de papel contact que yo le había puesto para que no entraran los mosquitos por el agujero de la cerradura). Por las dudas que el intruso fuera alguien que sigue mis movimientos por esta red quiero decirle que las dos cosas más valiosas de la casa no estaban adentro, porque el gato no se queda en casa y las placas de gliptodote están en una repisa del galp... Ups.
Bueno, eso.
Volvieron las carteras, dicen algunos, pero no. Y lo estoy contando en tono de comedia, pero no.
Valizas
Jueves
En el correr de la tarde se materializó en la plaza de la Leopoldina un modesto escenario (algunos de cuyos pilares, si se miran bien, se sostienen en el aire). Un muchacho pasa medio distraído, se detiene al verlo y pregunta a unas mujeres que estaban en un banco de la plaza:
_¿Va a haber un toque?
_Sí, amigo, pero hoy no: el domingo.
_Ah, el domingo… -dice él, y continúa su camino, pero a los dos metros se detiene y vuelve sobre sus pasos:
_ ¿Y hoy, qué día es?
Noche sin viento y con estrellas. En la calle principal se alternan (sin superponerse) toques de rock y candombe, canciones propias y ajenas, músicos famosos (Fatorusso) y de los otros. Espectáculos de circo, música a la gorra o como parte de la propuesta de algún lugar de comidas, grupos mixtos o solo masculinos (esta vez no vi grupos exclusivamente de mujeres), sonidos con mayor o menor fuerza, todos con un marco de público feliz y tranquilo.
Edad promedio (a ojo): 28.
Ex alumnos en la noche: 0.
Ex compañeras de trabajo: 1.
Ex vecinos del Buceo: 1.
Exes: ...
Algunos perros durmiendo en la calle o deambulando entre la gente. Puestos de venta de cualquier cosa (de libros a choripanes; adivinen a cuál le compré algo).
Vivo en la Curva de Maroñas: imaginen lo raro que es para mí salir de un toque y tener mi casa a veinte metros.
Mientras tanto se va terminando el jueves y yo oscilo entre irme a dormir o seguir escuchando música (bah: seguir viendo, porque escuchar escucho igual). Saludos desde mi habitación para cuatro personas con tres camas vacías. Temporada récord de turistas, dijo alguien. En fin.
Viernes
“Estamos recontra felices de estar transmitiendo desde Barra de Valizas, acompañando la movida del verano
desde el hostel de Ruben y Leo…”
Parece que ahora tenemos radio.
Son las 8:53 minutos de la mañana en la hora de Uruguay, el cielo en este momento se presenta levemente nublado y la temperatura se las diría si me diera la pereza de buscarla, cosa que no estaría ocurriendo.
Después de un almuerzo de canelones de verdura en La Proa una tendría que prescindir de la merienda en la panadería de enfrente al hostel, pero no. A lo sumo bajamos de tres a dos bizcochos y pasamos del café con leche al café negro. Mientras tanto el cielo se empieza a colorear porque al atardecer volvió el sol y en el hostel la electro le dejó paso a la cumbia.
Ni ayer ni hoy encontré casi nada en la playa, excepto fotos, amigos y conocidos. Este ha sido un día de visitas y encuentros. Y aún no termina.
Sábado
Ocho y cinco de la mañana ya hay mucha gente desayunando en el hostel. Algunos hablan bajito con su grupo de referencia, otros dialogan algo sobre las virtudes o defectos de un DJ argentino, de Lali Espósito y de la telonera de Dua Lipa. Un muchacho pasa por el patio con una cosa negra y esponjosa vulgo cachorro de ovejero corriendo entre sus pies y sé que no hay otro más lindo que él en el hostel (me refiero al perro). Otro desayuna con un litro de cerveza. Un tercero se instala a tomar su café en la parte más aislada del patio, de espaldas a todo el mundo. Los empleados organizan las cosas en la cocina, limpian baños, explican las instalaciones a los recién llegados, mientras al cachorro le vienen ganas de ir al baño justo en la parte más transitada del desayuno (y el dueño limpia el piso al instante). Arriba hay un cielo azul y a los costados unos cantos de pájaros que invitan a dejar de escribir y bajar ya a la playa.
Cae el sol a plomo sobre la polvorienta calle principal de Valizas. Los autos dejan estelas de tierra a su paso, los perros andan de lengua afuera y algunos humanos siguen bajando (a las dos menos cuarto) a la playa. Esta humana, por lo pronto, ya clasificó los hallazgos de la mañana, se lavó (y desenredó) el cabello y hace un rato está en la etapa post almuerzo y pre café de cada mediodía, que es como decir que ha cumplido en tiempo y forma con las tareas autoimpuestas de la jornada y ya puede ir a buscar una hamaca donde iniciar la tarde.
Y en eso estamos.
Se viene la Pool Party en el hostel.
Hora de todo el mundo duchándose y buscando cosas en los lockers mientras la música electrónica comienza a sonar desde el patio de los sillones devenido en pista de baile.
Adivinen quién se va al pueblo a ver un espectáculo de candombe.
Domingo
Después de un almuerzo de canelones de verdura en La Proa una tendría que prescindir de la merienda en la panadería de enfrente al hostel, pero no. A lo sumo bajamos de tres a dos bizcochos y pasamos del café con leche al café negro. Mientras tanto el cielo se empieza a colorear porque al atardecer volvió el sol y en el hostel la electro le dejó paso a la cumbia.
Ni ayer ni hoy encontré casi nada en la playa, excepto fotos, amigos y conocidos. Este ha sido un día de visitas y encuentros. Y aún no termina.
Este pueblo da para todo. Para ir a comer a Lo de Horacio y encontrar tocando a dos (queridos) ex alumnos del IAVA, por ejemplo. Para compartir la mesa con un matrimonio de profes de Historia a los que conozco desde que íbamos al IPA. Para que les muestre el video de mi supuesta pieza indígena (la que hallé hace un par de semanas) y opinen que sí, que parece una punta de flecha o un raspador, pero además se lo reenvíen a otro profe (que conozco pero no sabía que estaba obsesionado con el tema), quien concluye que es una herramienta tallada por humanos, un “raspador bifacial”. Para que el muchacho de la mesa se adelante se meta en la charla porque estudia el tema (aunque sabe más de paleontología) y también opine que sí, que es un raspador, pero tal vez fue descartado antes de estar terminado. Para que (mientras mis ex alumnos cantan -súper bien- temas propios, de Jaime Roos, Drexler, Galemire, Charly y otros) le termine mostrando al vecino fotos de los fósiles de este viaje y la muela de mastodonte de hace algunos años, de todos los cuales me dio información más qué interesante. Para él los dientes de la quijada de ayer son de felino y no cree que estén oscurecidos por la arena negra de la zona, aunque me recomendó un lugar para consultar con mayor seguridad. Para que la chica que acompañó a mis ex alumnos en la primera parte de su show sea la hija de una de mis mejores amigas, que a su vez conoce a mis compañeros de mesa y hace unos días adoptó a los dos músicos como una especie de sobrinos. Para que en otra mesa estuviera un ex compañero de Bellas Artes y una señora con la que estuve charlando esta mañana en el baño del hostel. Y así. 🎵
También había una gata deambulando delicadamente entre las mesas, un techo de ramas con susurros de viento y una comida deliciosa y nada cara.
Solo en este pueblo.
Dos shows para Valizas en la Leopoldina Rosa: Tridente y Chala Madre. Los primeros son de La Paloma, sonaron bien y tienen una cantante con una fuerza increíble. Los otros… unos magos. Todo el mundo bailando entre la arena y los perros, súper buen ambiente, inolvidable. Somos el mejor público del país, no tengo pruebas pero tampoco dudas.
Terminada la música tuve que caminar como veinte metros hasta mi hogar de estos días (y de tantos otros). Saludos desde un hostel extrañamente vacío, con solo una decena de personas charlando en el patio y nadie en la vuelta de la piscina (deben andar todos por otros lados). El dron que siguió el toque continúa pasando por encima de mi cabeza (única habitante del espacio piscina): debe ser que quiere leer lo que escribo. El cielo no da más de estrellas y la noche sigue en calma y sin viento.
Mientras tanto el pueblo sigue sonando (y soñando).
Martes
De golpe pasé a ser la menor del hostel (por lo menos a la hora del desayuno). Los patios se llenaron de hombres canosos y señoras que toman mate. Ayer se fueron los chicos de Los Ángeles con los que compartía habitación: unos amorosos que no pasaban de veinte años, incluyendo a la chica que dormía de jeans, el cantante al que le regalé una cuchareta rosada y el flaquito que me miró como al agua en el desierto cuando le dije que si quería podía usar mi Off (no hay mucho mosquito este año pero esa noche andaban dos o tres molestando). También se fueron los otros dos de la habitación, el que dormía con el gorro de visera puesto y su amigo, que no me cayeron tan bien porque escuché que entre ellos hacían un comentario medio homofóbico (mientras se pasaban mutuamente el protector solar y se hacían bromas sobre que se les podía ir la mano… ja).
Valizas en la segunda quincena se ha puesto silenciosa y tranquila, ya no hay cola para entrar al supermercado y hay lugares libres en todos los restaurantes. En la playa disminuyeron los enemigos en forma de sombrilla pero aparecieron la fragatas portuguesas.
Saludos desde el fin del último desayuno (por este viaje). Hay unos planes de ir a regar las plantitas de la plaza antes de bajar a la playa pero no se sabe, porque los planes en este pueblo toman a veces caminos inesperados.
Montevideo
Novedad en la cafetería de la S: ahora se puede pedir el café en taza de loza y cuesta $20 menos. Lo que no se entiende es por qué viene con un vasito descartable con agua (cosa que antes no). Todo bien, es una mínima atención que en otros lugares se da por descontada, pero seguimos consumiendo plásticos de un solo uso. En fin.
Firmado: la ecologista (y cafeinómana) quejosa.
¡Bienvenidos a un nuevo capítulo de cuestiones existenciales nivel enero!
No leí Juego de tronos ni tampoco vi la serie, pero acabo de escuchar en la radio que, aunque el autor hace años que no saca un nuevo libro (anunciado hace pila, pero bueh), los tiempos de lo audiovisual son otros, y la serie ya arrancó por donde se le cantó (por ahora con precuelas y esas cosas). ¿Qué pasa si a George R.R. Martin se le da por escribir en un sentido absolutamente distinto al que tomó la filmación? ¿Se pondrá por escrito a desmentir lo actuado, al mejor estilo de Cervantes contra Avellaneda? ¿Habrá que tomar partido por uno de esos universos o uno de ellos se quedará con el relato y el otro caerá con el paso del tiempo en el olvido?
Todo esto para decir que si tienen Juego de Tronos y me lo quieren prestar, bienvenido.
Firmado: la que no da puntada sin hilo.
Buenos días.
Las novelas de espionaje, como las policiales, pueden ser más o menos violentas, más o menos ingeniosas, más o menos literarias pero, eso sí: deben ser creíbles. El mecanismo de su trama tiene que conducir al lector por el camino que el autor trazó para seducirlo, desafiarlo y (casi siempre) sorprenderlo. O al menos eso es lo que a mí me pasa.
Si en medio de una historia relativamente verosímil resulta que alguien derrama su vaso de whisky, un perro lo lame del piso y después el bicho se termina muriendo envenenado, yo como lectora recorro el resto de las páginas con una vocecita interior que me dice que los perros no toman alcohol y por ende chau seducción, chau interés, chau deslumbramiento.
Otra cosa sería si, por ejemplo, la madre de la narradora le contara que limpiando su heladera esta mañana descubrió que una botella de whisky supuestamente llena estaba ahora casi vacía.
_Te voy a contar lo que hizo tu padre: hace días que cada vez que va a servirse agua fría se equivoca de botella y toma de la del whisky.
_¿Quién hace eso, yo? -se defiende el susodicho octogenario, en tanto su esposa comenta que con razón estaba tan dicharachero, y que ella ya había guardado lo que quedaba de la bebida en un lugar seguro, para que él no se confundiera.
_Por eso te pedí que te llevaras la botella con el ácido ese de limpiar las baldosas como final de obra: acá es un peligro. Acá todo es un peligro.
_Yo tomo agua porque hace calor… -continúa defendiéndose el hombre, al tiempo que su mujer y su hija coinciden en que sí, que hace calor y que ya puede tomar tranquilo, que solo hay una botella de agua en la heladera.
Saludos desde el mundo del moka caliente con leche de almendras, estimados, mientras termino de leer la novela en la que estaba, porque me quedan 20 páginas y quiero saber si alguien al final termina de envenenar al protagonista.
Buenos días. Tardes. Algo.
Había terminado mi jornada de clases. Pasaba por el pasillo junto al salón de un grupo donde había sido docente por algún tiempo; ellos estaban en otra materia pero igual hicieron gestos de saludo, porque con la mayoría no nos íbamos a ver más. Me llamaron y terminé entrando a decir unas palabras de despedida. En eso desde el salón de al lado, que era el laboratorio, se empezó a escuchar un maullido y todos reímos, porque era una broma clásica de ese grupo que alguien imitara a un gato para engañar al resto. Me pregunté quién sería: a simple vista no se veían lugares vacíos. Esta vez el imitador era realmente bueno.
_ ¡Es tan creíble! Todos podemos imaginar que de verdad hay un gato en el laboratorio, ¿no? –pregunté, y ellos coincidieron en que sí, que parecía muy real.
Abrí los ojos: el gato Lío maullaba con tono de hambre en mi ventana. Por lo menos esta vez tuvo la decencia de venir a las siete, y no a las cinco.
Esta noche tuve infinidad de sueños. No eran derivaciones de uno central sino que se dieron en momentos separados, mediados por un despertar para entrar al gato, bajar a la cocina ante algún ruido o mirar el videíto enviado por una amiga antes de volver al reposo. Tengo cierta facilidad para dormir casi al instante, no importa qué tan despierta haya estado medio minuto antes, y esta noche por alguna razón cada vez que abrí los ojos me quedaron retazos de historias.
En esas secuencias oníricas pasé por diversos mundos. Aprendí a hacer ñoquis. Me reencontré con un ex. Tuve en el patio una piscina ovalada con anguilas simpáticas. Visité una provincia argentina de la que me quise traer dos gatitos. Fui al almacén de mi barrio pasada la medianoche, entre la oscuridad y la niebla.
En algunos casos pude rastrear una conexión con el mundo de la vigilia: hace un par de días había releído una crónica mía en la que hablaba de haber visto anguilas celestes en una playa, por ejemplo. En otros el disparador es imposible de rastrear, y lo que más interesante me parece es la capacidad del inconsciente para buscar en nuestro banco de imágenes algo extremadamente concreto para meter en la narrativa, algo que puede no haber estado en nuestro pasado reciente de los últimos cuarenta años.* Me refiero (por ejemplo) al artilugio para hacer los ñoquis, que buscando hace un rato vi que se llama ñoquera. El del sueño era un coso azul de plástico, como uno que yo veía con frecuencia en mi infancia, aunque no puedo precisar en qué casa. No creo haber pensado en eso ni haberlo vuelto a ver desde los ocho o nueve años y de repente ahí está, como lo más cotidiano.
¿Cuántas imágenes, cuántas informaciones sobre nosotros mismos o sobre el mundo que nos rodea duermen apaciblemente en alguna neurona biblioteca esperando que el Ello algún día los señale con el dedo y les diga "hoy te toca"? ¿Llegaremos alguna vez a registrar con algún aparato nuestros sueños? ¿O podremos, al menos, mejorar nuestra memoria de los sucesos vividos entre que le dimos de comer al gato y nos levantamos a cerrar la ventana?
Misterio. Uno más, entre tantos.
(La piscina ovalada tenía animales, plantas en los bordes y un piso de arena blanca. A la luz del sol el agua era transparente y podíamos observar todo lo que había entre el fondo y la superficie.)
* Sí, una es grande (en más de un sentido). **
** Y una es medio agrandada, algunas veces. ***
*** Unas cuantas.
_ ¡A 500 la bicicleta y la cebolla dos kilos por 40!!
El pregón es la síntesis más acabada de lo que quería describir en esta crónica: la Vía Blanca al caer la tarde del 5 de enero es un rejunte infernal de las cosas más diversas que bombardean los ojos, los oídos y el olfato, sin hablar del corazón y la memoria, que también caminan zarandeados por tanta imagen entreverada de este y de otros tiempos.
Yo había ido a caminar hasta la veterinaria donde compro la comida de los gatos, más por hacer ejercicio que por verdadera urgencia. De la Vía Blanca solo recorrí dos o tres cuadras, las primeras yendo desde mi casa, que es como decir las últimas en calidad y propuestas. Una especie de periferia donde se mezclan los puestitos de cosas viejas al estilo de Piedras Blancas con los comercios que perdieron los mejores lugares pero ofrecen ropa nueva, championes, skates y juguetes de todo tipo. Cada seis puestos, uno de comida. Pizza, choripanes, empanadas de carne a 3 por $100, roscas de chicharrones, pescado frito. Los olores van y vienen, al igual que las músicas y las voces más diversas. Piscinas, serruchos, libros, discos, zapatos, muñecas, valijas y botes inflables. Cualquier cosa.
Un río interminable de personas recorría las calles a las siete de la tarde, que aún no era la hora pico de la Vía. Algunos ya se iban de regreso llevando bolsas y paquetes, cuando no una bicicleta envuelta de manera más que inconfundible. Parejitas felices y de las otras. Madres rezongando hijos. Niños durmiendo en valijas vacías u ofreciendo envolver regalos “a voluntad”. Feriantes rezagados que buscaban afanosamente un lugar entre las filas de puestos dispuestas de a cuatro en la avenida y una por cada vereda. Algún que otro policía de tránsito. La vida misma (o al menos la de mi barrio).
Salí de la feria con los dos kilos de comida para gatos en una bolsa y con los sentidos abarrotados de imágenes que me gustaría poner en palabras, pero no sé si estoy en condiciones, porque ni bien se pasa la delgada barrera del pintoresquismo empiezan a asomar las tristezas, el hambre, los ojos sin proyectos, la violencia agazapada y mantenida a raya mientras duran “las fiestas” que están a unas horas de terminarse.
Volví a mi casa con los mandados en la mano y con la boleta del 5 de oro bien guardada en el bolsillo, porque una conoce las probabilidades pero nunca se sabe.
Y en eso estamos.
Sol y nubes. Agua (hoy) color chocolate. Cero viento. Mucha ola.
_Hola. ¿Para vos qué es ese punto negro cerca del horizonte? -le pregunto a un pescador (con esa manía que tengo de charlar con desconocidos como si fueran mis amigos).
Él miró un segundo, sonrió y dijo que era un surfista mar adentro.
_No parece preocupado. -agregó, con el optimismo propio de los pescadores matutinos.
Yo seguí mi camino rumbo al hostel, mientras en el cielo las nubes y los azules se seguían disputando el territorio.
Y así arrancó el segundo día del año. Esta noche dormí nueve horas seguidas (a diferencia de la chica de la cama de al lado, que estuvo catorce horas sin dar señales de querer despertarse, aunque recién fui al cuarto y ya no estaba). A partir de mañana vuelvo al despertador felino de las seis de la mañana, ay, diosss… Qué sacrificio. 🙂
Buenos días.
Acabo de tener una visita inesperada en mi jornada de playa: una nena de año y pico se acercó, dijo dos cosas ininteligibles y acto seguido comenzó a escarbar y tirar arena para todos lados, como un perro. ¿Así se consiguen los hijos? ¿Puedo pedir una que no sea cruza con labrador? O mejor directamente un labrador, que creo que dan menos trabajo.
Saludos desde la playa nublada y calurosa en la primera mañana del año, estimados.
Firmado: la familiera.