_ Profe, podés venir? - me dice uno de los estudiantes.
_ ¿Qué? - pregunto, acercándome hasta donde me permite el protocolo en este año de distanciamientos.
_ Mi madre me dio una plata que le pagaron ayer en el trabajo y me dijo que me comprara algo para mí, y yo me quiero comprar un libro de Idea Vilariño, ¿cuál me recomendás?
_ De Idea? Todos. Ayer se cumplieron...
_¡100 años del nacimiento, sí! En la plaza de Canelones pasaron una lectura de sus poemas. Yo adoro a Idea, profe, desde que la vimos este año siento que siempre dice exactamente cómo me siento, es increíble!
Nos quedamos charlando de ella, de sus libros, del documental, hasta que tocó el timbre y hubo que dejar (por ahora) el tema de la poesía para volver a las leyendas (yo) y a la Física o la Historia (él), pero Idea se quedó con nosotros en los pasillos del liceo, tan nuestro como suyo. Y por ahí sigue, derramando palabras y poesía más allá de edades y generaciones. La tribu Vilariño es amplia, se reconoce y se busca para seguir con ella, siempre.
Diálogo en Cuarto 2, a propósito del concepto de leyenda.
Yo: _
El cuento que vos decís no parece ser una leyenda, porque si involucra a
un grafitero ya es bastante reciente, no puede tener más de 30 o 40
años...
Un estudiante: _ Y si habla del túnel de 8 de octubre también es nuevo.
Yo: _ No sé de cuándo es el túnel... Yo lo conozco de toda la vida, y tengo 53.
Chica:_ ¿Cuántos años tenés, profe???
Yo: _ 53.
Chica: _ ¡Yo te daba 33!
Yo:_ Aprobada, 10. Te saqué dos puntos por no darme 30.
¿Cómo serán las "ayudas espirituales": uno paga, pide y obtiene?
* Quiero que sea verano
* Quiero vivir en Florencia
* Quiero que los dulces no tengan calorías
* Quiero que mi pelo no se enrede
* Quiero abrir el sótano de la casa de mi abuela
*Quiero que no me lleguen los genes familiares del olvido
* Quiero ser joven, bella y vivir para siempre
*Quiero que sepan que se me acaban las opciones y ya estoy llegando al IAVA
*Quiero saber el precio
*Quiero
El fin de semana en las sierras de Lavalleja tuvo múltiples caras, colores y sonidos, pero hubo dos lugares de los que no pudimos salir igual que como habíamos llegado. Uno de ellos es El hilo de la vida, el otro la gruta del Arequita.
Yo iba muy canchera porque a ambos paseos ya los había hecho antes: al hilo había ido el año pasado, con otro grupo de amigos, y a la gruta una vez, en la infancia. Los dos coincidieron en que los hicimos por la tarde, que hubo una charla inicial en un anfiteatro al aire libre y que nuestro guía era en ambos casos un Gustavo que había arrancado con una profesión totalmente diferente a la que estaba desempeñando ahora: médico el del hilo, profesor de Educación Física y atleta el de la gruta.
Del hilo de la vida no saqué apuntes. La recorrida va al principio siguiendo una pequeña corriente de agua que mucho más adelante desemboca en el Santa Lucía, un hilo de agua rodeado de cerros tapizados de piedras con líquenes y cuarzos blancos. Varios caballos nos siguieron un buen trecho, pidiendo mimos y comida.
Diseminados por el lugar hay 78 estructuras hechas con piedras en forma de cono con el vértice truncado, chato. Nadie sabe qué son, ni quiénes las hicieron. Se parecen a las apachetas de origen incaico de las que vi muchas en Salta y Jujuy, su tamaño es variable pero nunca pasan de los tres o cuatro metros de alto y todas tienen unas piedras chatas que sobresalen, ubicadas a alturas variables y sin un patrón fácilmente identificable. Son estructuras de las que se han encontrado ejemplos en otros lugares del país, y de las que el primer registro escrito es de Darwin, que reconoce haber derruido ocho para concluir que su función no era funeraria. Aparentemente son macizas, no hay en ellas ni restos humanos ni objetos labrados por el hombre, y lo que sí hay es una serie de piedritas de cuarzo entre las rocas, como marcando diferentes niveles de la construcción. Hay quien sostiene que tienen que ver con las constelaciones (por ejemplo con la Cruz del Sur) o con el magnetismo del lugar. A una de ellas, a la que le quitaron las piedritas de cuarzo, la destrozó un rayo, y el guía teoriza que pudo haber funcionado como una forma primitiva de canalizar la energía… O algo así, porque en medio de la charla me distraje mirando los cactus y las flores del camino.
A lo lejos se veían unos dibujos raros en el campo: eran “la prueba de lo que puede llegar a hacer un hombre enamorado”, según nos contó el autor de la intervención, que había dibujado con un tractor el nombre de su amada sobre los yuyos.
Algo pasa con la energía del lugar. Las varillas de bronce que manejaba el guía se entrecruzaban siguiendo un patrón determinado, moviéndose siempre al pasar por los mismos puntos, y no era que él las manipulara, porque el año pasado yo (medio descreída) se las pedí para ver cómo era: se mueven solas, y mucho.
Tuve muchas ganas de llorar estando arriba de un cerro de lleno de cuarzos, una emoción que nada tenía que ver con lo que estaba hablando el guía, al que hacía rato había dejado de escuchar. Me sentí bienvenida, acompañada, reconfortada. Una presencia en particular estaba cerca, conmigo: era Julio. Julio el mago, el luminoso, de quien (oh casualidad) he estado escribiendo sin parar durante las últimas semanas. Gustavo contó que Julio había estado en el hilo un poco antes de pasar a otro plano, y coincidió con Diana y conmigo en que era un sabio y que estaba infinitamente más avanzado que cualquiera de nosotros.
La visita al lugar duró un poco más de dos horas. Hicimos un par de rituales en relación con la energía del sol y de las piedras, subimos un cerro desde donde se dominaba un paisaje increíble, pasamos por una cantera abandonada y por varias de las pirámides truncadas y terminamos en el establecimiento tomando té de hierbas y comiendo scones calentitos, mientras se encendía un gran fuego junto a la cañada y se escuchaban tambores a lo lejos.
Salimos casi a la caída de la noche. De mis fotos de la luna llena una salió normal, y la otra mostró un cielo súbitamente oscurecido y una línea de luz que nada me puede explicar, y ni falta que hace. Lo que está está, y quien puede ver, que vea.