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martes, 12 de enero de 2016

OPERACIÓN PIPÍN





OPERACIÓN PIPÍN
o Cómo no dejar a un gato dormir en toda la noche y no morir en el intento.

Lunes

22.15 hs.
Bajo del 144 en Rivera y Propios. Vengo pertrechada con sobres de capucchinos varios pero por las dudas considero apropiada una incursión en el 24 horas de la estación de servicio, donde hago acopio además de un paquete de waffles y una latita de energizante,porque nunca se sabe.

22.18 hs.
Antes de tocar el timbre en lo de Marila ahogo un par de bostezos que resultarían más que contraproducentes para el operativo de esta noche. Pongo la mejor cara de despabilada de que soy capaz, y entro.

22.20 hs.
La criatura se encuentra tirada sobre un almohadón. Su movilidad no es muy intensa pero mantiene los ojos convenientemente abiertos. Mañana a las 8.00 tiene hora para un electroencefalograma porque de vez en cuando ha sufrido convulsiones, y dos diferentes veterinarios han sido muy claros en las condiciones en que debe llegar el paciente, con 8 horas de ayuno y 12 de vigilia. 
Y en eso estamos.




23.30 hs.
Por el momento para evitar que duerma ha sido suficiente con hablarle y hacerle unos mimos de vez en cuando, aunque cada vez reacciona con mayor lentitud y presenta un achinamiento ocular evidente.
Las dos humanas, entretanto, hemos hablado, mirado fotos e ingerido una cena ligera, y nuestros ojos aún se mantienen convenientemente abiertos, o eso parece.




Martes

0.15 hs.
Salida a la terraza, donde el aire fresco y la brisa de la playa demuestran su efecto despabilante sobre Pipín, que juguetea con una tirita metalizada del envase de los waffles.

0.25 hs.
La criatura se nos desmadeja cada vez con mayor frecuencia. Las humanas empezamos a dejar enunciados abiertos y a perder el hilo de la conversación de manera un tanto preocupante.

0.45 hs.
El viejo recurso de despertar el instinto atávico del gato demuestra su eficacia. Escena de acecho e intento de atrapar a un insecto en la pared, mientras la humana visitante piensa de dónde sacará tantas anécdotas de Río como para entretener y desvelar a la humana residente por las próximas y cruciales siete horas.





1.25 hs.
La humana residente se dirige a la visitante con una verdad irrefutable:
_ Todo esto es absolutamente ridículo.
_ Y de todo punto imposible_ piensa la visita, pero no lo dice.

1.45 hs.
Último recurso: despertar a la criatura con una escena de batalla entre pies y gato. El gato logra despertarse a un 10% de su capacidad habitual, aproximadamente.





2.00 hs.
_ ¿Y si dormimos un par de horas?

2.05 hs.
_ Ya puse el despertador.
_ Bueno, avisame a las cuatro.
_ Sí, te aviso.

5.30 hs.
La humana visitante despierta ya en medio de la luz del amanecer; comprende que la han dejado dormir más de lo pactado y baja al encuentro de gato y humana residente. Ambos parecen estar de lo más despiertos, pero por si acaso el desayuno con una buena dosis de cafeína no se hace esperar.

6.30 hs.
La criatura felina se encuentra al parecer tan despabilada como si hubiera dormido dos días. Así no vamos a poder engañar al veterinario. Para confirmar su estado de vigilia activa a Pipín se le ocurre descolgarse al techo de la terraza e irse de paseo a la casa del vecino, aunque regresa a los diez minutos.





7.30 hs.
El paciente no entiende por qué ambas humanas pueden ingerir comida y él no. Intenta hacer entender que su estado de inanición es alarmante pero los casi siete kilos de su contundente anatomía no parecen coincidir con las demandas de alimento y debe resignarse.





7.40 hs.
La operación ha sido concluida con éxito relativo; humanas y gato parten rumbo a la Facultad de Veterinaria donde son atendidos con amabilidad y experiencia. 
Los resultados recién estarán en unos quince días. 
La humana visitante aprovecha para hacer mandados en Tienda Inglesa a la vuelta, mientras piensa que el energizante no ha sido necesario y que se lo ha dejado olvidado en casa de su amiga, aunque en todo caso duda mucho que lo necesite en medio de las largas y nunca bien ponderadas vacaciones de verano.

Enero 2016



Él es un muchacho de unos 18. Habla por teléfono sin articular casi las palabras.
_Vo', amigo, voy en el 14, y no sabés: tiene una mugre bárbara, el piso desgastado, horrible. En el coche 1014, ese.
Me fijo disimuladamente y sí, vamos en el coche 1014, pero estå nuevito, impecable, limpio. La guarda mira al péndex pero no dice nada.
Él sigue hablando. Es casi un monólogo. Parece que se va a Bs As y ya llenó de mentiras al jefe, a la tía y a la abuela, y llama al amigo para ponerlo sobre aviso y que no lo deschave. Al final se ve que es rezongado, porque pide disculpas y corta abruptamente. 
Qué caso perdido, pienso yo, hasta que el péndex me mira y me ofrece un asiento.
Bueno, che, no es para tanto. No es un loco de m..., solo un alma atribulada pero bondadosa.
Saludos desde mi 100 con asiento, y que nunca falte. 





Voy en un ómnibus interdepartamental, saliendo de Tres Cruces. El chofer viene conversando con dos amigos (guarda y encargado, creo), y cuenta entre sonoros bostezos que acaba de dormir una hora "ahí, tirado", que al principio le costó pero al final pudo pegar un ojo. Sus compañeros resultan ser fácilmente contagiables, y al minuto están todos desperezándose y bostezando.
Me pregunto si estaré en buenas manos, me pregunto. 
Ampliaremos.






La arena de Santa Lucía del Este es blanca y suave. Por ella caminábamos, charlando de cualquier cosa, cuando escuché un maullido entre las acacias, y nos detuvimos.
No hubo que buscar mucho: ahí nomás, entre los arbustos, apareció la criatura. Linda, cuidada, con collarcito y muy mimosa. Color gris oscuro y blanco y de un año, más o menos. 
_¡Es el demonio de Tasmania!
_ ...?
_Es el gato de mi vecina, de Nilza- dijo Marila, aliviada. - Le digo así por que uno de estos días le mascó la panza a Pipín. 
_Ah, ta, yo se lo llevo. 
El gato era de lo más maleable, se dejó aupar y pareció contento de ser objeto de nuestra atención. Crucé la calle. Nilza estaba en el jardín. 
_Hola, ¿es tu gato?
_Sí. A ver, espera... No. Es igualito, debe ser hijo del mío, pero no.- dijo, mientras el perro Tiger daba evidentes muestras de querer conocer de cerca al nuevo integrante de la casa de al lado.
_Uh.
Dejé al gato en el patio (no adentro, o Pipín se declararía en guerra) y volví a la playa. Anduve preguntando entre la gente, que resultó ser de lo más solidaria. Una familia excedida de peso aportó al fin un dato: la criatura los había seguido desde las calles 2 y 6. Me pregunté por qué diablos lo dejaron seguirlos, pero no dije nada. Los niños estaban echándole agua a un pobre pescado que habían encerrado en un pozo de arena; era mejor irme antes de armar lío. 
Otra mujer vino a charlar: su vecina había perdido un gato, Alcoyana Alcoyana. Pero no, porque ese era amarillo y este gris.
Volví a la casa (frente al mar), y en el camino vi que el gato me había seguido y estaba bajo un auto. Lo llevé de nuevo y nos quedamos en el frente, mientras Pipín arañaba la puerta desde adentro, seguramente interesado en la novedad de un nuevo amigo en los alrededores. 
Marila y yo empezamos a rastrear al dueño, pese a que ya era mediodía y el sol quemaba fuerte. Pensé que tal vez fuera dificultoso el meterlo en el pet carrier, pero no, porque solito y sin problemas entró y se acostó como si nada. 
Primero fuimos a la esquina de 2 y 6, donde además ella recordaba haber visto un gato igualito... Pero no era, porque ese estaba allí, de lo más pancho en su jardín. El primer ser humano que encontramos era un amigo de mi amiga, pero él no sabía de un gato extraviado por la zona. Pregunté a una viejita, que me mandó a otra casa. Entrevistamos a varios vecinos y nada, pero nos dijeron que hay una página facebook de Santa Lucía, y ahí encontramos una foto del gato, puesta por alguien que lo había encontrado días atrás. O sea, que la criatura es perdidiza. Entre los comentarios de la foto alguien afirmaba que era el gato del herrero, de manera que encontrar al susodicho se convirtió desde entonces en nuestra prioridad uno. 
De todos modos muchas personas dijeron haber visto al gato en esos días; parece que hace tiempo que está solo, pobre.
El herrero no era fácil de encontrar. Yo llamé a un número que aparecía en un cartel, pero el señor estaba en otro balneario, aunque me dijo dónde había un colega en Santa Lucía. Unveterano nos mandó a un lado, una cuarentona a otro, los del almacén tiraron otros datos, y nunca llegamos. Bah, casi nunca, porque cuando ya nos habíamos olvidado del herrero y empezado a dirigir nuestras búsquedas a la veterinaria alguien nos dijo una dirección cercana, y finalmente llegamos a lo del herrero, que venía a ser como Frodo acercándose a la Montaña Solitaria, poco más o menos. 
Bajé en la herrería, que era simplemente una casa, mientras Marila se quedaba en el auto con el gato, que a esa hora estaba medio fastidioso y lloraba la mitad del tiempo. 
Toqué timbre dos veces, y nada. Golpeé las manos, y nadie apareció, aunque se veía en el fondo una silueta humana. Grité. Allá a las cansadas, vino un muchacho. Le dije del gato, y en seguida reconoció que sí, que había sido de ellos, aunque ahora era de un vecino, y que ya se le había perdido varias veces, en fin... Algo es algo. 
La criatura se llamaba Fluffy, dijo, y le dejé una lata de atún que había comprado para alimentarlo, aunque sospecho que se convirtió en el almuerzo de jueves del señor, pero nunca se sabe. 
El reencuentro no fue de lágrimas en los ojos, dice Marila, que no quedó muy convencida de dejarle el gato y hasta estuvo disimuladamente siguiendo al muchacho con el auto cuando fue a buscar al dueño del gato, que vivía en la esquina. 
Yo opté por no pensar, y asumir que estaba todo bien. El gato tenía lindo aspecto y collar antipulgas, y aunque no se mostró muy feliz de que lo dejáramos en la herrería, peor iba a estar en Arbolito, enfrentado a Tania y siendo acosado por Roldana. 
Quedamos en que si lo encontramos de nuevo lo voy a adoptar, razón que explica por qué no pienso asomar la nariz fuera de la casa hasta que vuelva a Montevideo. 
Ampliaremos.





_ ¡Oigo perros y el gato Pipín está afuera!
Los perros se escuchaban lejos, como en la playa, pero por las dudas salí y me puse a buscar una figura gris redonda y sedosa que se destacara entre el paisaje de áloes y acacias que predomina en el entorno.
Nada.
Entré y recorrí la casa: ni sombra del gordo. 
Salí a la calle y agucé el oído. Me pareció escuchar un cascabelito como el de Pipín para el lado de la playa, y empecé a mirar bajo los autos y entre las dunas. No lo veía, pero el sonido muy de vez en cuando me alertaba de su escondida y no muy alejada presencia.
Llamarlo fue inútil, porque no me contesta. 
En cierto momento escuché pasos a un costado, entre una mata de cardos espinosos, uñas de gato y pastizales secos, y lo vi. Estaba al acecho de algo que acababa de moverse en forma sinuosa y reptante. ¡Una víbora! 
Pegué un grito y Marila vino corriendo. Para entonces yo ya había visto que no se trataba de un ofidio playero sino de un precioso lagarto de unos cuarenta centímetros de largo, de color negro amarillento, que miraba a Pipín sin decidirse entre huir o atacar. El gato intentó acercarse más, sin llegar a tirarle un zarpazo, y el lagarto terminó de asumirlo como posible y obeso predador, alejándose un poquito. 
Ahí fue cuando Marila cruzó la zona de espinas, lo agarró aupa y lo cruzó la calle entre recriminaciones varias que Pipín pareció desoír sin el más mínimo vestigio de pena o de culpa. 
En el correr de la última media hora ya se nos tiró un par de veces más hasta la playa. Siempre sale tranquilito, como bobeando, y a la primera oportunidad se vuelve raudo y veloz a la zona de los lagartos. 
Yo espero que si va a mantener otra batalla inter-especies por lo menos me avise para sacar una foto, pero no tengo muchas esperanzas, porque está visto que en este viaje lo menos que le interesa a Pipín es respetar los deseos de los humanos.
Lagartos temblad.




Dos chicas charlan en el 404:
_ Mirá, primero me pusieron un escrito. Yo no entendía nada, no nos habían dado nada para leer, y la directora me dijo que tenía dos horas para escribir sobre qué había hecho hasta ahora y por qué quería ese trabajo. Después, otro día, entrevista con la psicóloga. Era a las 7, yo tenía clase a esa hora pero fui a la entrevista. 7.15, la psicóloga no llegaba. 7.30, y nada. Éramos varias chicas. Preguntamos y nadie sabía. A las 9 nos dijeron que había tenido un accidente y se le complicó, pero era mentira. Sabés qué era? Que se había demorado en el dentista y no pudo levantar el teléfono y avisar. Vos creés que ya estaba? No. Al otro día tuve que hacer un test de inteligencia y a la semana una prueba de aptitud física con electrocardiograma y todo.
_¿Y para qué era el trabajo?
_ Para llevar a los niños de un club desde la piscina hasta el vestuario y ver que cada uno agarrara sus ropas y se vistiera.

MORALEJA: Asistir, permanecer y terminar el liceo es tu derecho.
Me salió re Liceos en Red, pero es la verdad.





Ir al patio a cambiar el agua de tus gatas y encontrarse adentro a semejante tarántula a medio ahogar te coloca en una difícil posición moral y filosófica.
Dar vuelta el recipiente y dejarla escapar en medio de la oscuridad de la noche te condena a pasar varios días con las puertas y ventanas del fondo cerradas, hasta que te olvides.
Pero no había otra. 
La vida vale más que el miedo.
(Me siento como en "Casa tomada", pero al revés: lo clausurado es el exterior y la seguridad está adentro)
Ampliaremos.




Hace tres años que no nos vemos, y los nervios del reencuentro me están destrozando. Voy en el bus fingiendo que es una tarde como cualquier otra, pero sé que no. No nos separamos en malos términos, es verdad, y aún así recuerdo el alivio que sentí al saber que ya no volverìa al octavo piso del edificio Ferrosmalt. Ahora por teléfono me pasó la nueva dirección, y hacia allí me dirijo. Hacia el dolor, hacia las recriminaciones y las noticias poco alentadoras. Es la vida, me digo, hay que encarar. Me fui a Río previendo esta cita y no pude olvidarla ni siquiera bajo el sol inclemente del Polonio. "Todo me recuerda a ti", podría cantarle. Cada paso que doy, todo, todo, hasta el aire me recuerda a ti. 
Un péndex con guitarra me taladra los oídos, pero ni eso alcanza para distraerme. Sé lo que me espera: que Patricia me recrimine por no usar bien el hilo dental, que me diga que la situación ha empeorado y que se quede con buena parte de mi sueldo de aquí a medio año. 
Es dura la vida del paciente.
Bajo en cinco paradas y ya tengo el estómago hecho un ñoqui.
Ooom.





La tarde estuvo fresca y ventosa por estos lares. A las siete y media una mini procesión de tres personas salió del hostel rumbo a la loma del Cabo, para ver la puesta de sol en el mar desde lo alto. 
No éramos las únicas: varios grupetes se estaban desplazando para el lado de la Sur o buscando un sitio elevado donde instalarse. 
El sol se puso entre las nubes; una fiesta de rojos y anaranjados con fondo de olas y aves fugaces.
Ahora llegaba el tiempo de la luna.
A las tres personas iniciales se sumaron los encargados del hostel, parejita feliz y adorable como la que más. Al rato, los chilenos. Y otros, hasta que constituimos un asentamiento provisorio en la loma, frente al faro. Faro que, a todo esto y diga lo que diga Jorge Drexler, se ilumina cada once segundos exactos, según comprobamos con cronómetro. 
Un disco rojo primero y anaranjado después fue ascendiendo de a poquito, entre fotos y caras de arrobamiento total y absoluto.
Qué maravilla esto de estar exactamente en donde uno quiere estar.
Que nunca falte.




La noche de luna llena ayer dio para todo tipo de agites en el Cabo. Cantaba Samantha Navarro, uno de los boliches tenía fiesta electrónica, había una cuerda de tambores, cine a pedal, de todo, todo bajo la luz diurna de la luna gigante y barredora de nubes.
En el hostel la cena había sido compartida y multitudinaria, y terminamos haciendo aparición en el pueblo a eso de las dos. Caminamos las dos cuadras rituales sobre la arena, paramos en varios lugares y terminamos en el bailongo, que ya estaba bastante concurrido. Rara, la concurrencia, debo decir. En principio, ya al entrar, vimos cuatro gauchos recostados a una pared. Jóvenes, grandotes, todos de bombacha, camisa a cuadros, botas de cuero y sombrero aludo. Adentro vi un par más. Y otros tres jugando al pool. Había una invasión de gauchos en La Estación. Los Agro Boys al poder, parece. 
Hoy estaba bajando a la playa cuando me crucé con dos chicas que venían charlando.
_ ¡Te juro, boluda, tenía un revólver a la cintura! Y se ponía así- planteó, parándose a lo compadrito.- Yo le dije: Por lo menos escondé la pistola, me parece re desubicado que estés acá armado.
Ah, mirá, pensé. No sé de quién hablaba pero en el acto pensé en los gauchiagiteros de ayer en el boliche. Los Agro Boys armados bajo la luna. 
Y me fui a la playa, agradeciendo que ninguno haya salido ayer con lo de "Va...ca...yendo gente al baile", que este es un mundo de amor y paz pero nunca se sabe.




Salida de Arbolito a las dos de la mañana.
Cuatro horas de sueño con almohadita inflable.
Una hora de espera por el jeep amarillo.
Playa Sur.
Empanada al horno con queso, tomate y albahaca.
Nuevas canciones.
La Calavera y sus lobos podridos. 
Dunas llenas de objetos arqueológicos que se me esconden.
Cuatro lechuzas a la entrada de dos cuevas.
Un pájaro no tero me persigue reiteradamente.
Paisajes de tierras rojas y barros resquebrajados.
Cine a pedal bajo la luna llena.
Cena en el hostel, y el día aún no termina.
Que nunca falte.





El día arrancó hoy a las cinco y media de la mañana, cuando un teléfono empezó a sonar en la habitación del hostel y la dueña no pudo apagarlo por varios minutos, por suerte, porque vi que ya estaba amaneciendo y al rato aproveché y me tiré hasta la playa. 
Era un día nublado, pero cálido. No había casi nadie en el pueblo, las calles estaban vacías, a excepción de un par de veteranos japoneses que le sacaban fotos a todo lo que se presentaba ante sus ojos. 
La playa estaba también desierta, salvo por los pescadores, que estaban fileteando a todo trapo en el galpón, frente a los barcos de La Calavera. Cerca del faro los lobos se desperezaban y comenzaban las disputas por el territorio de todos los días. Las casitas blancas sobre las rocas me llevaron a cantar cosas de Serrat que creía ya borradas de mi memoria. Un potrillo mama de su madre, que me controla sutilmente hasta que me alejo rumbo al hostel. En el camino, varias gallinas, una de ellas con nueve pollitos, y una casa donde cuatro gatos adultos y tres gatitos de un mes tenían una fiesta sobre la arena. 
El desayuno contó con una torta de dulce de leche para nada dietética, que compré en el Comipaso, como tantas otras veces, y me llevé al hostel con plato y todo ("después me lo alcanzas..."). Tenía muchas calorías, y hubo que bajarlas con una pequeña caminata, que resultó ser de casi cuatro horas. 
La playa Sur estaba casi vacía cuando salí. Seguía nublado, pero sin riesgo de lluvia. Fui zigzagueando, siguiendo el rastro de la marea, y juntando cosas: caracoles, fósiles, huesos, partes de caparazones de tortugas, etc. En un lugar encontré el país de los sapitos de Darwin y anduve de turista por entre los pastitos, sacando fotos, aunque ellos resultaron ser un poco tímidos. 
Volví con una carga de huesos y caracoles que casi rompo la mochila. Cansada. Feliz. 
Tarde de playa y hostel. Empanadas. Ensalada. Charlas muchas. Canciones. Té hindú. Rayes varios. Tortas fritas. Comparación Valizas-Cabo. Encuentro a un tano que vive en Buenos Aires y me cuenta muchas cosas que me sirven para el próximo viaje. Más charlas. Caminata por La Calavera. Teros. Dunas. 
Aire puro.
Agua verde. 
Energía. 
Paz. 
Todo y nada. 
Maravilla. 
Cabo Polonio. 
Que nunca falte.




Fósil de algo indeterminable en la playa Sur. Piedra con forma rara. Centros de placas gliptodontescas. Huesos de lobo. Huesos blancos, grises, negros, marrones. Caracoles. 
¿Dónde diablos voy a meter todo esto?
Cierto que me compré un morral, pero igual.
En el hostel ya me sacaron una foto de desquiciada, rodeada de huesos. Comienzo a pensar que no soy normal. 
Ampliaremos.




A mí me dijeron que los jeeps salían del Polonio a las horas exactas, y a las seis menos cinco ya estaba haciendo una fila interminable para tomarlo. 
El recorrido fue espectacular, con una luna casi llena que iba subiendo entre las dunas y un suave acompañamiento musical a cargo de péndex con guitarra.
Llegué a la terminal a las seis y media, y me senté a ingerir una merienda liviana de empanada y agua tónica bajo el resto de sol vespertino, oyendo los pájaros de los bosques cercanos, mirando los colores del atardecer y saludando alumnos del IAVA que me pegaban el grito desde omnibuses con destino Valizas; todo muy bucólico.
A las siete y diez, hora en que pasaba mi bus, comencé a estar más atenta al tráfico intenso de vehículos. Algunos iban al Chuy, otros a La Paloma, a Rocha y Castillos, a La Pedrera. A Montevideo, nada. Paciencia y esperar.
A las siete y media tomé dos decisiones dos: ponerme una camperita e ir a la oficina de Rutas del Sol, a preguntar qué pasaba. La chica que atendía justo se estaba yendo; apenas alcancé a oír lo que le decía a un hombre que un segundo antes le preguntó qué estaba pasando con nuestro ómnibus: 
_ Ya está viniendo.
Ah, menos mal.
Y me senté a esperar. A esa altura ya los de las 19.10 comenzábamos a dar señales de tribu: intercambiábamos alguna información y nos mirábamos como víctimas de la situación.
Ocho menos veinte seguíamos en veremos. 
Busqué el teléfono de la agencia de Rutas en Valizas y llamé.
_ Ah, sí... El ómnibus salió demorado, ya va en camino.
La tribu (de unas veinte personas) esta vez se comportó de modo más ritual: todos se acercaron apenas oyeron que llamaba, les conté el magro resultado y fuimos coincidentes en una verdad que a esa hora ya parecía irrefutable: 
_ Nos mienten, nos dicen cualquier cosa para sacarnos de encima.- y ahí consideraciones varias sobre el monopolio de la empresa y la marencoche.
A las ocho, aún nada. Ya caía la noche, los locales de la terminal habían ido cerrando sus puertas y todo apuntaba a que nos quedaríamos solos en los andenes hasta quién sabe cuándo. Algunas personas hablaban de solicitar la devolución o cambio de pasaje para volverse al Cabo. Yo lamentaba no haber aprovechado una horita más de playa, mientras una familia de paraguayos, que venía muy molesta por descubrir que en el Cabo sí había luz después de todo ("¡Y celulares!!"), indagaba entre los presentes para saber hasta qué punto este retraso era habitual en nuestros balnearios. En ese momento un muchacho de la terminal (MUY lindo, él) se apiadó de nosotros y llamó al responsable de Rutas del Sol, a ver qué diablos pasaba. 
En eso, aparece el bendito coche A de las 19.10. Venía rapidito, como quien sabe que está en falta, y al estacionar casi casi pisa a una persona. Mientras el guarda trataba de guardar los bolsos en la bodega y capear el temporal de quejas de la mitad de los pasajeros el chofer se quejó con el muchacho lindo por haberlo denunciado, pero este último no se quedó callado:
_ A vos tendrían que sacarte la libreta; no podés conducir así, sos un peligro.
_ Andá, alcahuete, qué tenés que estar llamando.
_ Sos un psiquiátrico, no tendrías que estar manejando.
Oh oh. Voy a viajar 260 km en las manos de un psiquiátrico estresado, iupi iupi. 
Finalmente, a las 20.05, salió el bus de las 19.10.
El viaje duró, como siempre, cuatro horas. Al principio el guarda (que era muy simpático, tal vez demasiado, dada la situación) se paró en la parte de adelante del ómnibus y dijo que llegaron tarde por su culpa, pero no sé por qué yo no le creí. La versión oficial fue que le erraron de ruta y en vez de tomar la 10 salieron por la 9 hasta Aguas Dulces, pero eso no hubiera implicado una hora de atraso, no. Acá pasó algo más, pero no nos dijeron. Además el ómnibus vino totalmente vacío, y eso es imposible, dado que salía de Valizas a la hora pico de un jueves. 
O sea, misterio. 
Por suerte yo estaba agotada y dormí todo el camino, excepto en dos oportunidades, en que me despertó un grito ajeno. 
El primero fue MUY raro. Una voz de hombre que de repente en medio de la noche gritó un "¡Ay...ay, ay!" que me sonó a gemido placentero. Otro misterio, Nadie dijo ni una palabra; no sé cuántos lo habrán escuchado, pero fue bastante fuerte como para despertarme, y conste que mi sueño es lo suficientemente pesado como para que una vez se me cayera un cuadro en la cabeza sin que me enterara.
El segundo fue un péndex que de repente empezó a gritarle al guarda:
_ Vo', la concha de tu madre, no paraste en el Becu!!
_ Sí, yo avisé: pegué dos gritos y nadie contestó.
_ Ah, disculpá. ¿Me abrís acá?
_ No, hasta Calcagno no hay parada.
_ Pero yo no tengo plata para el ómnibus_ respondió el pibe, que ya se paró y se fue para adelante con todos sus petates. Se ve que discutieron, porque escuchábamos frases entrecortadas del tenor de "es un día difícil", pero al final accedieron y lo dejaron donde quería.
Y colorín colorado, a la medianoche me bajé en la desolación de Portones, porque no quería seguir en ese Rutas ni medio minuto más de lo estrictamente necesario, y me tomé un taxi hasta Arbolito.
Es complicado viajar en Rutas del Sol. 
Lo que no quiere decir que no vuelva a intentarlo de nuevo en pocas horas.




"60 ondulines morochos..."
"Tapones para los oídos en el material conocido como silicona"
"La auténtica pomada china que actúa dentro de las fosas nasales"
Se le puede criticar mucho al señor vendedor de bus, menos falta de variedad de productos y originalidad de pregón.





Cuando levanto la vista y me fijo en mis compañeros de viaje del 100 Ciudadela en el que voy de inmedato percibo algo raro: hay muchas viejitas que parecen como clonadas, todas de camisa blanca, pollera negra larga y cabello gris recogido en un moñete y sujeto con broches sapito plateados.
Al principio son como cuatro, pero en cada parada suben mås y más. Ya son más de diez solamente en la parte delantera del ómnibus, que es lo que veo desde mi asiento, y encima se conocen todas, porque se saludan y charlan de cosas de viejitas, incluso rechazando eventuales asientos que los demás pasajeros les ofrecemos con la secreta intención de desbaratar sus planes de dominar el mundo y obligarnos a todos a los moñetes, el cabello blanco, las camisas blancas y las polleras negras y largas.
No se duerman, compatriotas.
Las viejitas se están complotando y tal vez ya sea demasiado tarde.
Ampliaremos.
Si ellas quieren.



¡Un picaflor en mi jardín!
¡Un picaflor en el microscópico jardín de mi casa en la Curva de Maroñas!
Se posó en la cuerda de la ropa y anduvo unos segundos revoloteando entre los malvones que, ahora que los miro, están aprovechando la pared para desperezarse y ya tienen como dos metros de altura.
Enero mágico.
Que nunca falte.






Lo primero que vi cuando salí de mi casa fue a dos niñas de seis o siete años que jugaban en la esquina con un gatito blanco y negro de unos tres meses. Le hacían mimos y él las correteaba entre el pasto de lo más divertido.
Pasé por ellos obligándome a no mirar por las dudas que el Silvestrino estuviera abandonado. No mirar, no pensar, no detenerse... Mirar hacia adelante.. 
Por la vereda de enfrente se acercaba una chica que juzgué de unos quince años: de musculosa, con una minifalda aún más corta que la mía y una cosa en la mano que en mi infancia llamábamos monopatín. De todos modos se ve que tan joven no era porque una de las nenas se dirigió a ella:
_ Mirá, mamá, un gatito!
_¡Ay, las va a arañar!- gritó la ex muchacha, súbitamente devenida de teenager deportista en vieja de porquería (por no decir vieja de mierda, que a algunos no les gusta).
Pobre madre, pobres nenas, pobre gato, pensé. 
Y no pensé más. 

Mis crónicas de vacaciones no tienen cierre, lector. No exijas mucho a mi cerebro hasta que pase turismo. 









Era el 3 o 4 de febrero de hace veinte años; venía caminando con Aldo por Pilcomayo cuando una piltrafita maullante nos llamó la atención desde la vereda. Era un gato blanco que no tendría más que un par de meses, mugriento, piel y huesos, con algunas lastimaduras leves, puro ojos. Un ojo verde y uno celeste. Aldo sugirió que le pusiéramos Bowie y yo (que hasta entonces no tenía ni idea de esa peculiaridad del cantante) estuve de acuerdo. 
Cuando aparecí en Arbolito con semejante adefesio mi vieja puso el grito en el cielo y me dijo que no, que de ninguna manera, que ni soñando. 
_ Si se va el gato me voy yo- le dije, y acto seguido me puse a llamar a hoteles que aceptaran mascotas, para irme con la criatura. Al rato mi madre asomó la cabeza desde su dormitorio y dijo que me dejara de pavadas pero que me daba permiso de quedármelo solo por unos días, hasta que lo lográramos poner un poco más regalable, porque así no hay vuelta, nadie lo iba a adoptar.
Lo bañamos. Lo llevamos al veterinario. Lo desparasitamos. Lo alimentamos. Con la comida el gato se infló de golpe y se convirtió en un ejemplar de unos tres meses: había estado tan hambriento que parecía mucho más chico, pobre. Poco a poco comenzaba a parecer un felino normal y todo. 
A la semana mis viejos se fueron para Ñangapiré, y yo me encontré con una nota en mi cuarto: "No regales al gatito. Es nuestro".
Y fue. 
El gato se convirtió en seguida en el preferido y mimoso de mi viejo, lo seguía a todas partes y pasaba en su falda, hasta que murió prematuramente un par de años después, de una infección renal. Yo creo que el Cele adora a la gata Guaytica porque al ser toda blanca le recuerda un poco a Bowie, aunque él nunca lo va a reconocer.




Una vieja a otra en el 112:
_ Me dijeron tanta cosa, pero lo que yo quería oír no me lo dijeron, que era "ojalá te mueras". Eso no me lo dijeron.

No sé por qué pero me parece que las crónicas de bus del 2016 vienen medio heavys.

viernes, 8 de enero de 2016

RÌO QUARENTA GRAUS, CIDADE MARAVILHA PURGATÓRIO DA BELEZA E DO CAOS





Río
Un horno con playa. 
Un horno paradisíaco con playas increíbles. 
Un horno paradisíaco con playas increíbles entre morros verdes y cielos azules, lleno de aves y plantas enormes, donde los humanos más variados parecen convivir pese a todo. 
Luces y sombras.
La gente es divina. Desprejuiciados a la hora de mostrarse en las playas. Religiosos por demás. Alegres. Coloridos. No les entendemos un pomo pero al final siempre logramos comunicarnos. 
Avenidas gigantescas. Ómnibus caro: 3.40 reais. El Metro por ahí. Hay que poner una tarjeta en la ranura de la máquina, y la mía se ve que le gustó porque se la tragó de una, y tuve que comprar otra para poder subir al Metro de Superficie, que es un bus que te lleva adonde el subte no llega. Los buses van a mil y siempre tienen asientos. No hay vendedores ni cantores ambulantes. No hay clowns en los semáforos, cuidacoches ni limpiavidrios.
A polizia é omnipresente. Están de a dos coches, o en bicis, a pie, en helicóptero, siempre están, y de a muchos. Sentimientos encontrados: seguridad con cierto rechine.
Mucha gente durmiendo en las calles. Hombres, mujeres, parejas. Ninguno con perros. Gatos vagabundos hay (en buenas condiciones), perros no he visto. Gente vendiendo de todo en calles y playas, con un calor inhumano para el trabajador. Hoy vi un viejito que me partió el alma, con una sandalia diferente en cada pie. Algún loco de vez en cuando, pero poco.
No hay mosquitos.
Repito: no hay mosquitos.
Unas aves negras enormes sobrevuelan todas las playas, y hay muchas bandadas de veinte o treinta patos que van en filas a quién sabe dónde. Garzas, ardillas, pájaros delicados y hormigas acorazadas. Peces en el agua. 
No es muy barato, aunque sí un poco más que Montevideo. Una oferta gastronómica variada hasta el infinito, regada por sucos o caipirinhas deliciosos, en mi caso.
Todos parecen amar el gimnasio.
Hay miles de lugares para ir, y los paisajes nunca se repiten. 
Esto recién empieza.

Ampliaremos.











Leblon. 
Por la tarde la mitad de la avenida se hace peatonal, aunque igual siempre hay ciclovía. La gente va con los perros a la playa, recogen la caca en bolsita y la tiran donde corresponde. Hay un mirador espectacular en la subida al morro, y unas escaleras de vértigo que no llegan a ninguna parte, solo se truncan ahí, en mitad de la cosa. El agua es cristalina y de grandes olas. 
Leblon me hace acordar a una telenovela brasilera de los ochenta, pero no sé cuál.
Por ahora es mi preferida, aunque ya aprendí que en este mundo carioca uno no hace más que sorprenderse con solo abrir los ojos y mirar. 
En eso estamos.




En Ipanema la caída de la noche no pone fin a la playa. Ellos cantan en la arena. No son amigos: empezaron seis o siete y el resto se fue juntando. Al final eran como treinta. Nadie aplaudió al final; esto era una especie de comunión mística. 
Un poco más lejos, cerca del agua, otro grupo hacía percusión y bailaba al compás, recortado contra el horizonte. 
Las olas, casi blancas. Al fondo, las luces de una favela en los morros de los Dos Hermanos. Al otro lado, la luna casi llena elevándose desde Copacabana. 
Daban ganas de llorar de felicidad.
Toco madera.

Que nunca falte.







Todo el centro está lleno de grafitis. Unos que son simples rúbricas son una peste, ensucian TODO lo que alcanza a verse. Otros más onda Calush son mejores, pero no tanto como los uruguayos. Los nuestros tienen arte. Este de la foto es interesante: pertenece al grupo de los que proclaman su valentía al llegar a espacios impensados.



A Reveilhao está no aire, garotinhos!
La Super Mega Ultra Fiesta de Río se prepara con todo: se espera que dos millones de personas reciban el 2016 en las arenas de Copacabana, y ya hay dos escenarios gigantescos montados sobre la playa. Desde las seis hasta las dos de la mañana fiesta fiesta fiesta!! 
Todo el mundo va vestido de blanco, aunque se acepta también el rojo y el celeste, x ej, cada uno con un significado especial.
Las celebraciones religiosas de los terreiros ya comenzaron hace días, y en la playa de Urca se los puede ver en varios grupos, bailando y haciendo música.
Este año se hará un homenaje por los cien años del samba enredo, con un montón de músicos de los que solo me acuerdo de Jorge Ben Jor. Hoy estuvieron probando luces y sonido y es impresionante!!

Ampliaremos... Pero sin fotos, porque voy a ir con las manos vacías y el corazón contento.






El Reveillon por estos pagos no es solo fiesta fiesta. Tiene toda una connotación religiosa a la que los turistas (y más los turistas ateos) difícilmente accedemos.
Hoy la playa se llenó de flores y ofrendas a Iemanjá. Es algo imposible de describir, que eriza la piel. La gente llega con sus flores respetuosamente en brazos, se instala frente al mar, pide un deseo y las arroja al agua, o bien las transforma en improvisado altar en la arena, a veces rodeando velas, habanos, miles de cosas pequeñas ofrendadas a la diosa del mar. 
Hay de todos colores, pero especialmente blanco, el color de la paz, el mismo con el que baja todo el mundo a recibir el año nuevo junto al mar.
Y ahí estaremos.

¡Feliz año para todos!






La Réveillon.

Parte1
Eran las cinco y algo cuando Danilo y yo salimos del apartamento rumbo a Largo de Machado, la estación de metro que tenemos a la vuelta de "casa", y ya en la vereda nos entró la duda de si los brasileros no nos habrían cuenteado, porque éramos los únicos de blanco en todo Flamengo. Pero no, porque poco a poco la gente se fue mimetizando con nosotros y al final en la playa la mitad estaban de blanco, otros de amarillo y el resto de cualquier color. 
La salida del metro en Arcoverde nos dio la tónica de lo que nos esperaba. Las multitudes fluían ininterrumpidamente hacia Copacabana, y ahí vimos que todos llevaban equipaje menos nosotros dos. Ellos cargaban conservadoras, sillas, MILLONES de latas de cerveza, bolsas de hielo, etc.
Llegando a la playa empezó la lluvia. Linda lluvia, mansa, bienvenida en ese horno palpitante. Bienvenida al principio. A los cinco minutos hubo un diluvio que nos llevó a volver a la calle y refugiarnos bajo el alero de un edificio, junto a miles y miles de brasileros. Pero pasó, y salió el sol, con lo que el final del año tuvo su propio arcoiris para placer de los cientos de miles de fotógrafos aficionados como una. 
Nos metimos en la playa. Todo el tiempo pasaban vendedores de camarones, caipirinha y Jhonny Walker. El ambiente era predominantemente juvenil; todo el mundo tomaba y tomaba alcohol, y algunos fumaban unos cigarros de marihuana gigantescos. 
Al principio nos tiramos en los pareos, pero al rato alquilamos unas sillas a cinco veces del precio normal, y nos quedamos viendo el atardecer, que se iba poblando más y más de gente a cada segundo. 
Los brasileros son gente rara. Punto. 
Muchos habían armado sus zonas en la playa llevando carpas (de las de acampar o gazebos, había de las dos). Delimitaban su territorio con estacas de un metro o menos y las unían con cintas de nylon amarillo, para indicar que eso era propiedad privada. Otros, menos previsores, delimitaban su estancia con murallas de arena, aunque en el correr de la noche ambos métodos resultaron insuficientes, porque al final estábamos como sardinas Coqueiro.
Ya nos habían avisado que la Réveillon era momento propicio para arrastoes (arrebatos), por lo que fuimos sin mochila y solo andábamos (muy chics) con las bolsas del supermercado con agua, algo para brindar a las 12 y unos salgadinhos para comer cuando pintara el hambre.
A eso de las seis empezó la discoteca, y entre las ocho y las diez se desarrolló una historia del samba medio cantada y medio representada a la que nadie le dio corte. Los brasileros gritaban, bailaban solos, todo menos escuchar, y a nosotros nos pareció un tanto aburrido, con excepciones. 
En cierto momento entregamos las sillas y nos fuimos a caminar por la rambla. Ahí nos dimos cuenta de que el ambiente mejoraba, era más alto, con aire y menos gurisitos solos.
Estimado lector, me voy a almorzar.
La segunda parte y las fotos, en un rato. 

Feliz Año Nuevo.




Parte II
Cuando dejamos las reposeras y nos fuimos a otra parte, más cerca de la rambla, vimos que el ambiente mejoraba bastante. Cerca del agua estaba más oscuro y ya habíamos visto una corrida de adolescentes y una señora gorda de bikini blanca gritándoles de atrás, porque la habían robado. Supongo que de los que corrían algunos eran ladrones y otros defensores de la víctima, pero en todo caso no supe qué pasó. Hoy vimos en las noticias que hubo algunos arrebatos y ocho pérdidas de documentos, lo cual, para meter dos millones de personas tomando en una playa por varias horas, es casi nada. Ya por la tarde del 31 muchos vendían monederos interiores para ir a la Révellion: "que el Año Nuevo no se convierta en año ruin" nos dijo el vendedor. "La Réveillon es momento para arrastões" , agregó. 
Nosotros vimos a la policía llevarse a uno y tener a otro en el piso. Muchos patrulleros por la calle. En una paso al lado de uno y veo que los de nuestra zona tienen como identificación un cartel que dice "Setor Bravo", oh oh. 
De todos modos no vemos ni una sola escena de violencia o discusión entre los asistentes. Las mujeres se paseaban en medio de la noche con sus colaless y bikinis diminutas y nadie les decía ordinarieces o les metía una mano. Muchas parejas gays de toda edad. Dos mujeres en particular bailaron abrazadas por horas; la más gorda, una morocha francamente obesa con un pelo de rastas artificiales, tenía una especie de enterito con rayitas transversales blanco y negro que demostraba a las claras que no le importaba un pito no estar delgada. 
Arriba, en la rambla, gente más cool. Un presentador de tv igualito a Fito Galli, seguido por las cámaras. La terraza del Copacabana Palace llena de ricachones, ellos sí, rigurosamente de blanco. Cuando les pasamos por el costado algunos salían vestidos de fiesta y trataban de no ver la negrada que venía del metro. La gente a eso de las nueve empezó a inundar Copacabana en un número tal que me sentí como Dante al entrar al Infierno. Nunca creí que podría ver tantas personas juntas. Impresionante.
Mientras, en los escenarios, la cosa seguía. 
Volvimos a la playa, ahora no muy cerca del agua, donde desde la tardecita estaban tremendos barcos de Prefeitura o la Armada (no sé) cargados de fuegos artificiales y unos cruceros gigantescos iluminados con todo el glamour. 
Nos quedamos en medio de un grupo de personas que de inmediato empezó a ser nuestra tribu. Charlamos con unos de Porto Alegre, le saqué una foto a otros, fuimos invitados con bocaditos caseros de queso y abrazados por un señor sudoroso que dijo que Uruguay es un país decente, el mismo señor cuya esposa en un momento pidió a dos chicas que le hiciera una pared de pareos para orinar ahí mismo, en la arena, que luego tapó, en el mismo lugar donde se quedó el resto de la noche. 
Imposible describir todo. Muchos gritos. Jorge Ben Jor. Los últimos quince minutos y la invasión ahora sí de una multitud increíble que quería ver los fuegos artificiales desde la playa. Cronómetro que en vez de arrancar en diez empieza en ocho, porque el presentador habló de más. Cero! Y todo el mundo empezó a bañar con alcohol a todo el mundo. Acto seguido, la pirotecnia más increíble iluminó el cielo por un cuarto de hora, mientras la mitad de la gente en vez de mirar el cielo prefería darle la espalda, para sacarse una selfie con cara de felicidad atrás de otra.
La cosa seguía, aún faltaban dos números musicales, pero decidimos que era hora de ir volviendo. Hacía como siete horas que andábamos en la vuelta. 
La salida fue dura. Muy. Avanzamos tortuosamente sobre la arena, esquivando estancias y niños dormidos, gente tirando sidra y bailando, hasta que en diez minutos pisamos la rambla. Otros diez para avanzar dos cuadras hasta el metro. Miles y miles se agolpaban a las puertas de la estación, y nos pusimos en la fila, pero antes de entrar nos dimos cuenta de que esa misión no sería imposible pero no era para nosotros, y decidimos caminar. 
Caminamos hasta el final de Copacabana y cruzamos por dentro el túnel que conecta con Botafogo. Un túnel amplio, como para cinco carriles de vehículos, REPLETO de gente, que en cierto momento descubrió que el eco era uma coisa linda y empezó a gritar y gritar y gritar como loca. Cómo gritan los brasucas, meu deus!! Por suerte había cientos de buses esperando en Botafogo... Pero ninguno de los nuestros. Igual Flamengo no es lejos, y volvimos todo el viaje caminando. 
Y aquí estamos. 
Le Réveillon fue linda y cansadora, peligrosa y tranquila, pero siempre desmesurada.
Valéu.

Feliz 2016.







Yo había visto una lechucita en la rama del árbol y trataba de sacarle fotos, pero se me perdía entre la espesura. En ese momento un viejo muy pobre que iba por la vereda me pegó un grito diciéndome que había otra mejor. Y había, porque esta de la foto se encontraba mucho más accesible. No conforme con haberme revelado la existencia de la segunda lechuza el hombre me indicó desde donde podía situarme para sacar mejor la foto. Y se fue, con su ropa gastada y una bolsa tipo chismosa en las manos. Amo a esta gente.







Hoy al fin pude entrar al Castelinho por el que pasamos todos los días camino a la playa.
El señor encargado, el veterano Nelio, fue muy amable y me contó la historia del lugar: fue edificado hacia 1915 por un señor que vivió un tiempo allí con su mujer y su hija. Luego lo vendió a una pareja sin hijos y cuando estos murieron la casa quedó abandonada hasta que en los noventa un prefeito la recicló y convirtió en Casa de la Cultura.
Nelio terminó preguntándome cómo era en castellano el poema de Antonio Machado sobre los caminos; se lo dije y quedó de lo más contento. Casi se pone a aplaudir y se le iluminaron los ojos como a un niño que le cuentan por primera vez la historia de los Reyes y los regalos; era muy gracioso, así que redoblé la apuesta, le pedí un papel y se lo escribí. Claro que él lo hubiera podido bajar de internet, pero la escena de fraternidad y alegría fue tan linda! Un encanto, o Nelio. O Neliu, Delio, no sé bien, algo así. 
Bienvenida la emoción que nace de la poesía y la comunicación desinteresada entre dos desconocidos que coinciden aunque sea por un breve momento en la vida 

Que nunca falte.




103 maravilhoso o cómo sería el ambiente de mis crónicas de bus en esta ciudad.
Los omnibuses de Río son muchos, y no siempre es fácil entenderlos. Para empezar, por el destino. Tienen un cartel luminoso al frente, pero va cambiando todo el tiempo, porque muestra por dónde va, por lo que a veces tenés que confiar en que en los diez segundos que demora en acercarse justo pase lo que buscás, o te quedas en blanco. De todos modos los "motoristas" son muy amables y se les puede preguntar sin problemas. Por otro lado, además del destino, se clasifican en Brs 1 y 2 y algunos son también Troncal 1, 2, hasta 6, y eso es algo que todavía no hemos logrado descifrar. 
Las paradas de las playas son enormes, con banco, paredes, techo, y tienen muy buena información de buses y recorridos. El resto nada. 
Cuando la gente se va a bajar avisa tirando de la cuerda o tocando timbre. Varias veces vi que el ómnibus les paró en segunda y hasta tercera fila en medio de avenidas bulliciosas, y nadie pareció sorprendido. Para subir igual.
A la entrada hay una catraca, uno entra como quien ingresa al subte, empujaaaando el fierrito, pero si es muy gordo o viene cargado se permite subir por atrás y pagar luego. Hay asientos preferenciales para ancianos, embarazadas, "deficientes mentales" y obesos, y Danilo dice que yo entro en varias de esas categorías pero por las dudas no aclara más. 
El precio es alto: acaba de subir a 3.80, aunque más de una vez vi que dejaron pasar a alguien que no llegaba con el dinero o el cambio. Hay unos buses high, los azules, que salen como quince reales, pero aún no los hemos tomado.
Los vehículos son muy limpios y sin cortinas. Andan a mil o a dos por hora, dependiendo del tránsito. No hay vendedores no cantores de bus. La gente habla a veces a los gritos, pero amablemente.
El otro sistema público es el Metro, que sale casi lo mismo pero tiene la ventaja enorme de la velocidad, frecuencia y simplicidad de recorrido. Por lo general vienen con buen espacio y el ambiente es súper tranquilo tanto en andenes como en vagones. Impecablemente limpios. Pueden combinarse con un metro especial, de superficie, cuando uno va más allá de las líneas que hay, pero no siempre; según el destino.
Hemos estado aquí por dos semanas y no hemos visto una sola discusión o subida de tono, ni en el transporte ni en la calle, salvo en las ciclovías, alguna aclaración de que no son para skate o patines, pero puntual y educada.
Quiero ir al IAVA en Metro y tener de pasajeros acompañantes a los cariocas. O al menos ir en un bus sin música del chofer ni de los pasajeros. Sin vendedores. Rápido. Limpio. Y que el recorrido sea entre morros y playas.

¿Se les podrá pedir cosas a los Reyes aunque estemos un poco fuera de fecha?






Pao de Açucar
Hoy había un 90% de probabilidades de lluvia, pero cuando nos levantamos y vimos nubes blancas y no pretas arrancamos para Urca con una fuerza bárbara. 
El bus pasó apenas llegamos, y no tuvimos que hacer cola para comprar los boletos. Caros, los boletos: 71 reales cada uno. Pero valió cada centavo.
El primer viaje en funicular dura unos tres minutos, y da vértigo el saberse colgando de unos cables sobre el vacío, pero se pasa bien. El paisaje, indescriptible. 
Ya en el morro de Urca hay muchos miradores, terrazas, restaurantes y hasta un helipuerto donde por la módica suma de 690 reales se puede contratar un vuelo de 12 minutos sobre la zona. En fin.
Luego uno sube al segundo viaje y otra vez anda bamboleándose por los aires por unos minutos, con la diferencia de que ahora se sube al Pan de Azúcar mismo, y el ángulo de subida es muy pronunciado. Este fue un tramo que vi a medias, porque a veces TENÍA que cerrar los ojos o morir de vértigo ipso facto, cosa no muy bien vista por estos lares.
Arriba no solo la vista es imponente y majestuosa sino que había monos entre los árboles, unos grises, chiquitos y muy dignos, que se dejaban fotografiar sin caer en la mendicidad abusiva (cuando no la delincuencia pura y dura) de los coatíes de las cataratas del Iguazú.
Unas nubes aparecieron de pronto y en un minuto borraron todos los contornos del mundo visible, por lo que estuvimos arriba un rato y nos volvimos al Urca. Este primer descenso no fue vertiginoso, por la sencilla razón de que no se veía un pito. La segunda bajada resultó de lo más placentera, ya sin nervios. Yo creo que con tres subidas más se me va el terror y todo. 
Cuando llegábamos no podíamos dar crédito a lo que se veía en la zona de acceso: cientos y cientos de persona haciendo más de una cuadra de cola para entrar! Por suerte habíamos ido temprano. Uruguay, inteligencia.
Abajo nos esperaba la pequeña y divina Praia Vermelha, con una especie de fuerte en un costado y con un camino verde por el otro extremo, que decidimos explorar. 
Gran idea.
Era una senda de 2500 m por el borde del Urca, entre la vegetación tupida del morro, donde unos carteles nos contaban de las muchas especies de animales que podíamos encontrar... Entre ellos unas boas, oh, oh.
Pero no. 
Lo que vimos fueron unos pájaros rojos divinos (Tie Sangue) y unos macacos como los del Pan de Azúcar, que correteaban entre los árboles. Uno incluso perdió pie y cayó desde cuatro o cinco metros al piso, junto a una vieja desprevenida, pero en un segundo se escurrió hacia la selva y desapareció en la espesura. 
Seguí mi camino pensando que ojalá las boas no se resbalaran de las ramas, y pasé el resto del recorrido mirando disimuladamente al techo de ramas que nos cubría. Al final llegamos a un límite, más allá del cual solo se permitía continuar si se iba con un guía, y pegamos la vuelta.
Y no hay más palabras.

Cidade maravillosa. Que nunca falte.







Petrópolis, Palacio Imperial. Se entra en una especie de pantuflas. Vimos todo tipo de maravillosidades: un cofre de porcelana de Sevres regalo del rey de Francia, gobelinos, cristales Baccarat, el traje de Pedro al asumir el reinado y la propia corona de oro, que pesa casi dos quilos, tiene setenta y pico de perlas y cientos de brillantes!!





El Paraíso a horas de Montevideo
El viaje a Arraial Do Cabo puede hacerse solo o en excursión, y los precios andan parejos: 130 reales por bus contra 160 en excursión, incluyendo esta última el almuerzo y viaje en barco. El problema es que nosotros queríamos conocer Praia Do Forno, y el barco solo la veía de lejos, sin contar con que todos los viajes organizados se hacen desde Copacabana y previo contacto con el hotel, cosa que nosotros no tenemos (por suerte). 
O sea que encaramos el viaje solos. 
La Rodoviaria de Río es, claro, gigante, abigarrada, ruidosa, pero nos las ingeniamos y emprendimos camino a Arraial en un bus de la empresa 1001 que salió apenas quince minutos después de la hora prevista, lo que por estos pagos no parece sorprender a nadie.
Antes de arrancar el chofer se paró adelante, nos dijo su nombre y nos pidió que contáramos con su ayuda si necesitábamos algo (por ejemplo, parar para ir al baño, porque era un viaje de dos hs cuarenta y el bus no lo tenía).
El camino fue entre morros, lagunas y dunas al final, de lo más disfrutable. El sol no molestó: estuvo nublado y un poco lloviznoso hasta que llegamos. 
Bajamos en la Rodoviaria de Arraial (modesta, de dimensiones humanas) y arrancamos a caminar hacia la playa. Para llegar a Fornos hay que atravesar un morro siguiendo un camino que lleva unos veinte minutos y que a veces es escalera, camino de piedras o simplemente de tierra, con mucho cuidado de no resbalar ni quedarse sin aire, porque la pendiente es muy pronunciada.
Al comenzar el descenso aparece la playa. Pequeña, de unas cuadras, tranquila, color turquesa, con un ambiente de absoluto respeto y seguridad y llena de vendedores y locales que ofrecen comida y bebida a precios (en el caso de los negocios instalados) bastante altos. El color del mar y su transparencia son increíbles. Uno va con el agua por la cintura viendo cada detalle del fondo. Fresca, pero no fría. Una delicia.
Ya de entrada decidimos que de ese paraíso no nos iba a mover nadie, y le alquilamos dos sillas y una sombrilla a una nena de 13 años que manejaba su negocio con tanta seguridad y eficiencia que en seguida la bautizamos Odette Roitman ( nombre que solo gente de más de cuarenta y que viera telenovelas brasileras puede entender). Hemos visto por todas partes gurises trabajando, y esta playa no es la excepción. Odette (en verdad Roseaní) manejaba el dinero y sus dos hermanos menores (de unos 12) la promoción del servicio. Unos encantos los tres; cuando aflojó el ingreso de gente empezaron a pasar metidos en el agua, comiendo maíz y charlando con sus conocidos. Al final del día limpiaron la playa de los infaltables plásticos y deshechos varios dejados por los turistas. Por otros turistas, obviamente, no por nosotros.
En el agua de Arraial se suelen ver peces, pero no caracoles ni cucharetas. Las aves abundan, especialmente fragatas y águilas. Hay mucha oferta de paseos en barco, no solo para conocer lugares sino también para volver al pueblo sin tener que subir y bajar al morro.
A la tardecita pegamos la vuelta, e hicimos un almuercena en un local de comidas caseras que por 18.90 reales nos dejaba llenar un plato hasta el tope de lo que quisiéramos. Una especie de buffet al kilo, pero aquí lo que contaba era el volumen, no el peso. 
Y nos volvimos. El viaje de vuelta fue más largo pero como era de noche nos dormimos casi en seguida, y a la medianoche estábamos en la Rodoviaria, donde un 177 nos trajo en pocos minutos hasta Flamengo. 
Y esas son las razones por las que venir a este lugar, si se está en Río, es prácticamente obligatorio. 

Ta luego.







Es muy común ver gatos por aquí, todos lustrosos y gordos, pero donde abundan en especial es en Flamengo. Cruzando el parque que da a la playa se los ve, acostados en muros o bajo los árboles, algunos incluso con cucha propia y platitos de agua y comida. Llegando a Botafogo suelen salir de las rocas de la rambla y tirarse al sol cerca de los pescadores. Pero el lugar donde está la mayoría es en el edificio de la administración del parque de Flamengo. La ciudad los alimenta y cuida a los que están enfermos. Algunas personas vienen a adoptarlos acá; son mansos pero precavidos. Me dieron ganas de llevármelos a todos.






Domingueando maravillas
La mañana estaba otra vez gris, pero no negra. 
_¿Vamos a San Conrado?
_¡Vamos! Total, si llueve nos metemos en alguna lanchería y hacemos tiempo hasta que pare.
_Dale.
Y fuimos.
San Conrado queda lejos, pasando Leblon, detrás de los morros Dois Irmaos. El primer 178 tuvo la gracia de seguir de largo pese a que iba vacío, pero el siguiente, mucho rato después, nos llevó a destino cruzando parques, morros, túneles interminables y una favela enorme y colorida que resultó ser la más famosa de la ciudad, la Rocinha.
Menos mal que nosotros vamos muy lejos, pensé con cierto alivio prejuicioso, pero fue un alivio fugaz, porque a las pocas cuadras el bus se detuvo.
_¡Final!
Y nos bajamos en medio de la nada y a unos minutos de la Rocinha.
Chau, Ipad, chau mochila adorada, chau reales, pensé mientras empezábamos a caminar hacia la supuesta playa, por una zona desierta tanto de personas como de vehículos. 
Y ahí fue cuando se largó la lluvia. 
La lluvia que en Río no se anda con chiquitas, ¿eh? Diluvio. 
Esperamos un rato refugiados bajo un reloj enorme en la vereda, y al ver que no paraba seguimos caminando.
Al fin llegamos a la rambla, pero de sitios para comer ni noticias. Preguntamos por ahí, nos dijeron que había un shopping y casi nos da un ataque de alegría ante una M amarela, pero este alivio también fue fugaz, porque el shopping y el McDonalds abrían a las doce, y para eso aún faltaba una hora y pico. 
Para entonces la lluvia había ido amainando, y bajamos a la playa, donde había cuatro o cinco personas como mucho. 
San Conrado es amplia y muy muy muy picada. Es la preferida de los surfistas, y al verla uno entiende por qué. Limpísima, con un color increíble y rodeada de morros por todas partes, morros que hoy se veían sepultados a medias entre las nubes bajas que no terminaban de pasar. Cero caracoles, como todas. Un camino elevado para bicicletas y peatones paralelo a la ruta iba rodeando los acantilados hasta Leblon. 
Por ahí pasamos en un bus, porque entre el mal tiempo y el mar bravo no daba para quedarse, y terminamos recorriendo el Arpoador, una punta rocosa y llena de tunas que separa Ipanema de Copacabana. 
No volvió a llover, y yo no pienso volver a San Conrado, al menos en este viaje, cosa que el pobre Ipad agradece en silencio. 

Buen domingo para todos.



La cara oscura de la Cidade Maravilhosa (una).
En Río de Janeiro las veredas de los barrios turísticos están llenas de gente que vive en la calle, excepto en Ipanema, donde la policía no se los permite. Un carioca me dijo que no hay homeless en las favelas ni en los barrios de clase media. Según él los ricos dan limosna y eso favorece la mendicidad, pero me parece una explicación por lo menos un poco simplista.
Son diferentes a los de aquí. Casi no vi mujeres y (por suerte) tampoco ningún niño o adolescente. Duermen con el torso descubierto sobre el piso mismo o (en el mejor de los casos) encima de un cartón. No tienen perros ni pertenencia alguna y están el el mayor grado de mugre y abandono imaginable.
Son muchísimos. Algunos desequilibrados. Todos parecen derrotados. Flacos. Piden sin exigir y saben que para muchos son invisibles.
Ver a uno de ellos durmiendo a las puertas del Tribunal de Justicia casi le da vergüenza a uno por andar de turista en una ciudad que expulsa a sus hijos.
La cara oscura de la maravilla.

Queda mucho por hacer.



CORTITAS POST VACACIONES

1. Frases

*Mujer a su marido, mirando el puente a Niterói y con tono de guía turística:
_ ¿Ves? Ese es el puente entre Río de Janeiro y Buzios.

*Señora de unos treinta y algo a sus tres niños que estaban de gran fiesta porque habían instalado las reposeras sobre el agua, en la orilla:
_¿Quem foi da graçinha???

*Yo: _¿Viste que la pollera ahora me queda floja?
Danilo: _ Sí. Cómo se estira la ropa, ¿no?

*Yo (saliendo de un museo de arte que estaba dejando bastante que desear y no podía ser tan chico): _ No sé... Yo siento que me falta algo...
Danilo: _ Yo también. Siento que me faltan los ocho reales de la entrada.

*Yo: _ Mirá: ese es el hombre más bello del mundo.
Danilo: _ ¿Ese? ¡Por favor! Vas a tener que encararlo vos: él nunca te va a mirar porque ni siquiera se le pasa por la cabeza que pueda resultar interesante para alguien.


2. Grafitis

* Meus sonhos sonho eu

* Pode conter poesía (en un hidrante de la calle)

* Fora Dilma! (pero alguien le agregó una "ç" en el medio: Força Dilma!)


3. Imágenes

Una vieja en medio de la plaza, leyendo a los gritos la Biblia a través de una gruesa lupa.

Un viejito caminando por Catete con una sandalia diferente en cada pie.

Un señor totalmente entrajado a la entrada de una playa a pleno mediodía.

Un hombre de unos sesenta corriendo por el mar con el agua a la altura del pecho.

Una veterana orinando en plena playa de Copacabana durante el Reveillon.

Muchas parejas gays abrazadas o de la mano.

Un guarda que deja pasar a una morochona enorme muy sucia y muy rotosa, llena de bolsas de algo que estaría vendiendo, porque "ela tein que alimentar seus negrinhos".

Un vendedor de charque en plena playa.

Una imagen de yeso de Iemanjá flotando en la playa de Flamengo.

Un aeropuerto virtualmente interminable y decenas de carteles amarillos de "Portas 301 a 329" danzando frente a nuestros ojos y llevándonos de recorrido por kilómetros dentro del gigantesco Guarullos de San Pablo.

63 mensajes de una compañía telefónica con un código que aún no sé para qué diablos era.

Un hombre sucio y harapiento durmiendo en la vereda bajo un cartel enorme que decía "Tribunal de Justicia".

Olores. Olores de todo tipo, muchas veces nauseabundos.

Sabores. Postres. Cocadas.

Sensación frecuente de oídos tapados por subidas o bajadas vertiginosas, sea en ómnibus, auto o funicular.

Ganas de volver.
Ganas de no haberse ido.

Ganas.





Volver a tu casa y descubrir

* Que lo que te compraste en Rìo y usaste varias veces como crema de peinar era en realidad shampoo.
* Que tu gata ha perdido suficiente pelo en el dormitorio como para hacerte una Roldana 2.
* Que misteriosamente ha desaparecido durante el vuelo un frasco enorme de Acondicionador de tu valija.
* Que hay decenas de ocupas en tu hogar bajo la forma de mosquitas de la fruta.
* Que en el Disco no venden cocada.

La vita non è bella.