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viernes, 4 de diciembre de 2015

Diciembre 2015




Crónica con fotos
I
La tarde había sido agotadora. Sobre la mesa de la cocina cuatro libros nuevos estaban estirando sus bracitos para ver quién resultaría ser el elegido del martes cuando sonó el teléfono y todos se miraron entre sí. “Esta se nos pianta”, comentaron. “Se los dije”, acotó Roldana. Y se fueron a dormir.
Una hora después iba casi llegando a algún lado cuando me di cuenta del pequeño detalle de que no sabía adónde iba. “Nos vemos en Bvar y Acevedo Díaz”, le había escrito a mi amiga, y hacía diez minutos me había llegado su mensaje “Ya estoy”, pero yo me había olvidado de cuál era la parada. Hacía casi un año que no iba por esos pagos.
El pelado de al lado en el 300 me quedó mirando un tanto desconcertado ante la pregunta de si faltaba mucho para Bulevar y Acevedo Díaz, y balbuceó algo que sonó más o menos como que en realidad eran paralelas. Bajé al momento, más que nada porque ya estaba adivinando la Facultad de Arquitectura y seguro que lo mío era antes de eso. Qué pelado inútil. ¿Cómo iban a ser paralelas Bulevar Artigas y Acevedo Díaz, si mi amiga ya estaba esperándome allí? 
A no ser que ella haya entendido Bulevar España. 
Oh oh. 
Igual no pasó nada: el taxi vino enseguida, levanté a Sandra de su puntual sitio de espera y en dos minutos llegamos a la casa de la Onetto, ahí nomás. 
_ Ustedes dos se dan cuenta de que si caminaban dos cuadras cada una ya se encontraban, ¿no?- acotó el taxista. 
_ Shh. Vos no digas nada- contestamos al bajar ante la vereda desbordada de gente.
II
Esa noche era la despedida de los talleres del año, y había como sesenta personas. Vino y comida mexicana. Sorteos sin escribano. Viejos y nuevos conocidos. Casa de cuento con sótano escondido tras una pequeña puerta, con techo abovedado y tan grande que en la penumbra difusa no se veían las paredes de enfrente Chica con laúd que se convertía en ángel cada vez que cantaba, y otros con guitarras que contaban historias del Darno en Tacuarembó o se descolgaban con Ground Control to Major Tom con la naturalidad del mago que no da explicaciones pero encanta al auditorio. En ese hechizo no parecía haber lugar para celulares o fotos con flash, y no los hubo. Concierto privado a la luz de las velas, sobre almohadones. Frida que nos miraba desde la pared y calaveras de papel de colores que se bamboleaban con el movimiento del aire que entraba por una pequeña ventana en un extremo.
Escuchamos, cantamos, brindamos y agradecimos.
Cosa linda la vida, che.
Que nunca falte.








No pensar. 
La forma mås efectiva de alejarse del dolor es lograr el olvido. No siempre es fácil, pero es el camino. 
No pensar. No sufrir. No sentir.
Pero pasa el tiempo y el dolor continúa.
No, no sé sé qué bicho me picó. Solo sé que un minuto después de sentarme en el 103 algo se me clavó en el brazo, que estaba cerca del respaldo del asiento. Ya le pedí al péndex q va sentado conmigo que se fijara si tengo algo onda araña o avispa o bicho peludo pero no, él dice que no tengo nada, mientras me aparece en el brazo una ampolla y el dolor continúa. 
Ya han pasado como quince minutos; vamos por Propios y me duele igual. El dolor se expande en pequeños relampagueos que llegan hasta mi cerebro desconcertado.
¿Cuánto tiempo debe estar una sufriendo por un insecto agresivo y desubicado? 
LPMQLP.
Voy a dejar de ser vegetariana y a empezar a hacerme chop suey de insectos, para que aprendan.
Bichos de porquería.
Deben ser crocantes.
Lo voy a pensar.






¿Qué diablos fue eso?
¿Un ciclón subtropical?
Confieso que empecé la tormenta re canchera, sacando fotos y saliendo al frente a ver el espectáculo de los relámpagos, los árboles y el viento, pero a los dos minutos ya estaba adentro, bajando las persianas y asegurándome de que todo estuviera cerrado por las dudas.
Se hizo de noche.
Se fue la electricidad.
Se me inundó la cocina.
La internet del teléfono no andaba.
Granizó.
Un cuarto de hora después todo reposa plácidamente y vuelven a cantar los pájaros como si nada.

¿Qué diablos fue eso?





_ Hola. Una hora.
_ Dale.
_ Pará que ahora te doy los seis que faltan.
_ No pasa nada, tranqui.- responde el guarda-chofer del bus que me acabo de tomar en el centro. 
Lindo, el muchacho. Luminoso. 
Me siento cerca del fondo, junto a la ventanilla, tratando de fijar en mi mente una única idea, una idea sencilla pero muy importante: acababa de tomarme un 111 Malvín, o sea que sí o sí tendría que bajarme en 8 de Octubre para combinarlo con otro. 
Repite conmigo, cerebro: No te duermas. No te pases. No bajes en el medio de Veracierto y la nada. Etc.
El viaje pasa rápido, y cuando voy a bajar no sé por qué pero me tiro hasta la parte delantera. Casualidad, nomás. En fin. 
La puerta se abre. 
Baja el viejo que tenía adelante. 
El chofer me mira. 
Y me habla.
_ La profe de Literatura.
_ ???
_ Hace mucho. En el 10.
_ Si fue en el 10 tiene que haber sido en 1992- respondo yo.
_Sí... Puede ser. Estábamos con todos los de No Te Va a Gustar; ¿te acordás?
_ Más o menos... Yo me acuerdo de Mateo Moreno.
_ Sí, y el Chamaco también estaba en el grupo. 
_ Pah, ni idea. 
_ Me mandaste a examen.
_ Uh. ¿Estuve mal?
_ No, ta bien. Yo era un vago en ese entonces. ¿Y qué es de tu vida? 
_ Acá, mirando ex alumnos- debí decirle, pero no. 
Al final me bajé en la parada siguiente, a tiempo para enganchar con el 103 que venía atrás, que me dejó en mi cooperativa justo justo en el momento del mayor diluvio que pudo caer en un cuarto de hora, con tormenta eléctrica como marco sonoro y visual del camino. Hubiera necesitado un limpiaparabrisas, pero no tenía. Fueron cinco minutos extrañamente disfrutables, pasados apenas por dos o tres toneladas de agua. 
Al llegar a casa estuve un rato asomada a la ventana del fondo, llamando a Tania para que entrara, hasta que me di vuelta y la vi tirada en el piso de la cocina, mirándome con cara de "y a esta ¿qué le pasa?".
Sí, lo sé, es un poco preocupante. Me mando cosas por el estilo un día por medio, y además tengo ex alumnos de 38. Algunos músicos y otros choferes luminosos y lindos, de los que no suelen abundar por las tierras de la Cutcsa.
Tengo ex alumnos de 38.

Qué peligro.





Él tiene unos 60 y ella 40. Se sientan en dos lugares sobre el pasillo, porque no quedan asientos de a dos. Él le hace repetidas señas para que ella se pase al asiento de atrás. Al principio no entiendo por qué, ya que ambos asientos quedan igual de cerca del suyo, pero luego veo. Ella va sentada con un flaco lindo y él prefiere que vaya conmigo. Ella al principio no le da corte, pero a la tercera vez se cambia.

Me bajo y se pasa contento junto a SU mujer.





En la parada de 8 de Octubre y Garibaldi estamos fastidiados por el calor. Nos abanicamos, resoplamos y atesoramos cualquier pedacito de sombra. Los que están sentados cogotean porque los demás les obstruimos la visual, pero no se quejan.
En ese momento la vemos aparecer.
Tiene más de 90, es flaca y no muy alta. Viene agachadita. Luce gorro en la cabeza, camisa a rayas, buzo de lana y chaqueta pesada, medias gruesas por encima de las de nylon y zapatones bien cerraditos.
Pasa apoyada en su bastón y cuando dejamos de verla los de la parada no nos miramos. No hace falta. El alivio de estar vivos y sentir el calor acaba de acallar cualquier otra sensación, y proseguimos la espera de nuestros respectivos buses con renovada paciencia y sin resoplidos. 
Ya va a venir el 103, y mientras tanto, qué lujo la vida.
Que nunca falte.





Otra viejita de medias de nylon, zapatos forrados de corderito, dos buzos y saco grueso de lana! 
Qué nos pasa con el paso del tiempo? 
Dejamos de tener sangre en las venas?
Nos baja la temperatura?
Le escapamos al frío como metáfora de la muerte?
Enloquecemos?

Eh?





_ ¿Estás libre?
_ Sì... pero no tengo mucho cambio porque recién puse nafta; vas muy lejos?
_ No, a Arbolito, acá nomás. ¿Conocés?
_ No, pero vos me decís. 
Y me subí al taxi. Menos mal que ahí estaba, porque yo venía mirando la ruta y no había un miserable 103. Esto de llegar como a las doce y media y tener que bajarse en Camino Maldonado y Libia no es la mejor parte de ir a la laguna.
El hombre empezó a hablar apenas arrancamos.
_ ¡Tengo un cansancio! ¡Estoy agotado, menos mal que este es el último viaje!
_ Ah, bueno, ya vas a descansar. ¿A qué hora entraste?
_ A las 3. Y además capaz que me llaman para mañana al mediodía, pero si no tengo libre, no sé. Me tienen que avisar. 
Mala señal que el tachero esté agotado. Menos mal que vamos solo a unas quince cuadras. 
Él siguió contando.
_ Además yo estoy mal. Desde que murió mi madre no me puedo consolar. 
Pobre hombre, pero yo lo primero que pensé es que agotado y de duelo en cualquier momento nos dábamos contra un camión. 
_ Lo lamento... ¿Fue hace poco?
_ Sí. Un año y ocho meses. 
Oh oh. 
_ ¿Y no probaste alguna ayuda... ir al psicólogo?
_ Estoy con psiquiatra. 
_ Aaaah. Es ahí, en la esquina. 
_ Son 78. ¿Tenés cambio? 
_ Sí. Suerte, que te recuperes.
_ Gracias. 
En realidad acabo de resumir el diálogo, donde además me enteré de su edad, el yuyo rojo carísimo que estaba tomando para los nervios, su situación de pareja y cómo fue lo de su vieja. Parecía emocionalmente devastado, pobre hombre. 
Los taxistas con problemas psicológicos, ¿no tienen derecho a licencia médica? Pregunto en serio. Si no lo tienen deberían. 
Repito: pobre hombre. Si lo hubiera hecho ir para el centro o Pocitos no sé en qué condiciones estaba para enfrentar el tránsito, aunque según él manejar lo tranquilizaba. 

Pero no sé.






Crónica del regreso
Cae la tarde casi noche en la ruta 18, la del verde más verde de los campos de arroz, la de los caminos de riego llenando la tierra de curvos espejos que reflejan el cielo, la de los cientos de patos negros volando en hileras y las decenas de garzas blancas chismorroteando desde las ramas bajas en el cruce del Tacuarí. 
Atrás quedaron Vergara y sus ceibos, la entrada a Plácido Rosas y sus barrancos de tierra reseca tentadores para mis obsesiones recolectoras, Río Branco recostada al Yaguarón y Lago Merín con mis dos viejos queridos y aturullados. 
Los fósiles del pescador que fuimos a ver hoy resultaron ser grandes y negros. Tres huesos. La red saca muchos, nos dijo, se caen al levantarla y a veces me la rompen. Esto de aquí me dijeron que es de un perezoso, agregó, y creo que no le faltaba razón. Después los volvió a guardar en su caja de zapatos y María en su triciclo y yo caminando pegamos la vuelta al barrio. 
Ya salíamos mis viejos y yo de la laguna cuando nos sorprendió una camioneta policial en el vacío de la carretera del Lago a Río Branco, e incluso más raro fue ver a un milico caminando por la banquina, que nos hizo señas de que tuviéramos cuidado. ¿cuidado con qué? Y entonces lo vimos. Un enorme toro negro, entre asustado y furioso, se paseaba por la carretera y amenazaba con atacar al que se le pusiera a tiro. Si agarra el Chery QQ lo da vuelta como una media, pero por suerte nos dejó pasar y siguió correteando hasta que lo perdimos de vista. 
Cae la noche. Ya estamos en Treinta y Tres. La ruta 8 es muy linda en esta zona y se pone aún mejor en Lavalleja, pero ya dentro de un rato no voy a poder ver nada del paisaje y no me va a quedar otra que inflar mi almohadita y contar con que las CUATRO horas de viaje que me faltan no pasen demasiado lento, o al menos que yo no me entere hasta que el chofer me pegue el grito y me baje en Libia, a cuatro paradas de mi casa y a cinco horas de levantarme para viajar a Florida. 
Menos mal que mi vieja me regaló un frasco de Nescafé brasilero.

Que nunca falte.






Los enemigos zumban, silban, amenazan.
Estoy totalmente rodeada. 
Quieren mi sangre. Lo sé. Los escucho. Su nombre es Legión, pero una barrera sutil y efectiva protege las fronteras, detiene el paso de los otros y me proclamo invencible.
Gracias, súper tul de Tienda inglesa. 

Los 245 pesos mejor invertidos de mi reino.




Crónica Milf
La mañana amaneció soleada aunque no agobiante. Apenas terminado el desayuno vi que la vecina de enfrente estaba haciendo arreglos en el jardín y consideré apropiado interrumpir su labor por un rato; hay poca gente en el barrio, pero todos son de lo más interesantes.
A eso de las diez andábamos mis viejos y yo caminando por las costas de la laguna para el lado del Tacuarí cuando el Cele aparece con algo ovalado y oscurito en la mano: era una tortuga. Verde oscura, con algunas vetas amarillas y muchas algas adheridas a su caparazón, pese a que era un bicho aparentemente joven. La dejamos sobre la arena, a unos diez centímetros del agua, y nada. Estaba metida en la cucha y hasta llegué a pensar que estaría muerta o enferma. La pusimos en el agua y tampoco. Nada. Bicho porfiado. Al final la volvimos a poner en el agua y la dejamos. Al minuto más o menos sacó la cabeza y las patas y arrancó a nadar despacio, como pudo. Estaba todo bien, entonces. Y seguimos caminando.
Una cuadra más adelante, otro hallazgo, esta vez un poco más inesperado: una moto. Una moto, tirada, evidentemente abandonada hacía rato, con arena pegada por arriba. Estábamos mirándola y decidiendo si avisar o no a prefectura cuando pasaron dos hombres en otra motito y nos pegaron el grito: "a los muchachos se les rompió y tuvieron que dejarla!" No sé de qué "muchachos" hablaban, ni si lo que contaron era cierto, pero bueh. Digamos que sí. 
Ellos se ve que habían ido a buscar un caballo, porque a la vuelta uno pasó montado en un marroncito precioso. (Cero cultura hípica la mía, ya me imagino que "marroncito" no es pelaje de caballo, pero, en fin, es lo que hay)
A la tarde ya el calor daba para playa, y a eso de las cuatro metí mi nuevo protector solar y el cuaderno con el cuento que hizo mi madre sobre "la tía Corina" en la mochila y enfilé para la laguna. Vacía, divina, casi toda para mí. Al menos los primeros dos minutos, hasta que escuché voces, miré para la calle y vi venir a unos cuatro adultos y cuarenta niños. No es exageración: los conté. Eran de un colegio de monjas, algunos, y otros tal vez del INAU, no me quedó del todo claro. Tomé disimuladamente mi pareo y ojotas y marqué distancia entre Mundo Niño y yo, hasta que empecé a oírlos de lejos, como en sordina. Y me puse a leer.
Mi vieja había escrito una historia larga, como de veinte páginas manuscritas. Iba por el principio cuando una respiración agitada junto a mi oreja izquierda me sorprendió y me di vuelta justo a tiempo para evitar que un perrote negro y mojado se me tirara encima del pareo y el cuaderno. Lo corrí como pude y seguí leyendo. 
A los quince minutos lo vi de nuevo: iba corriendo detrás de un atlético muchacho, que me saludó al pasar. Simpáticos, los arachanes, pensé. Simpáticos y encaradores, porque a los cinco minutos el corredor apareció de nuevo y se puso a charlar con pretexto del perro, que según él estaría perdido, aunque yo lo vi feliz, gordito y con collar. Al perro, digo.
El que no estaba para nada gordito era el muchacho, que resultó ser futbolista en Montevideo, en Danubio, para ser más precisos, a dos cuadras de Arbolito. Lindo tatuaje en un brazo. Rostro perfecto. Unos veinte años. En fin.
Terminé el día visitando a mi amiga María en su casa preciosa llena de mascotas queribles y concretando para mañana una visita a casa del pescador que hace un tiempo sacó de la laguna unos fósiles de lo más interesantes, de los que llegarán fotos, aunque sospecho que soy la única interesada en el tema.
Lago Merín. 
Un mundo raro y fuera del tiempo, donde uno encuentra motos tiradas en la playa, donde las madres escriben crónicas familiares y los veinteañeros encaran a señoras UN POQUITO mayores. 
Que nunca falte.





Crónica (un tanto prejuiciosa) de domingo en la Merín.

I) El viaje

_ Mirá, Mari. Las garzas rosadas que te gustan. - dijo mi madre señalando el campo a la derecha. 
Había como ocho garzas. Dos rosadas, el resto blancas excepto una o dos grises.
_ Che... ¿Son garzas o flamencos esas?
_ Mmmmh... A mí en la escuela me hablaban de los flamencos, pero no sé si son...
Y nos quedamos con la duda.

II) La mañana
_ ¿Vamos a dar una vuelta por la laguna?
_ Vamos. 
Y fuimos.
Está muy crecida, hay apenas un par de metros de arena sin pasto para tirarse al sol, pero eso no pareciera ser obstáculo para las muchas personas que en la playa estaban. Más que cualquier domingo de diciembre, mucho más. 
_ Lo que pasa es que ayer fue el Luau de la laguna y vino todo Río Branco y todo Yaguarón- aclaró mi vieja. 
Y se notaba.
La gente dormía sobre la arena, muchos habían levantado carpas en predios públicos o privados y algunos iniciaban un fueguito en sus mediotanques portátiles, seguramente con intenciones de algo caliente para desayunar... Un buen chorizo, qué se yo. Eran las nueve y media de la mañana.
_ Son todos brasileros- agrega mi vieja. Acá la gente no los quiere mucho porque se traen todo de allá, no compran nadita, y encima acampan, hacen mugre y aturden con sus músicas donde se les antoja.
Salimos de la playa, porque aquello era un enorme campamento al aire libre, pero en las calles la cosa no estaba mejor. Las cuadras del centro aparecían literalmente tapadas de botellas, latas y basura de todo tipo y color, que algunos vecinos se aprestaban a limpiar con rastrillos y palas. 
Y volvimos a la casa, donde el luau no había tenido efectos y donde las muchas plantas y flores nos volvieron a traer al mundo verde y pacífico de costumbre.

III) La tarde
Tras una siesta con grappamiel en la hamaca y después de horas de charla en el frente, me decidí a salir a ver cómo era la laguna post luau en su versión vespertina. 
Llegué hasta la playa y de repente caí en... No sé, Punta del Diablo, Aguas Dulces... Decenas de autos, gente tomando, músicas brasilerosas al mango saliendo de las valijas de un auto de cada tres, etc. 
Huí. 
Me fui a la punta más agreste, donde no había nadie, a excepción de alguien tan pero tan buen comerciante que había instalado en medio de la soledad más absoluta un puesto de venta de bikinis, a cual más fluorescente. 
En la playa (en lo poco que quedaba de playa) vi varios bichos muertos, incluyendo un lobito de río, pobre, con sus enormes dientecitos blancos. Ya me estaba por ir cuando algo en el agua me llamó la atención: era un palo. Lo saqué. Parecía un pique (de alambrado) pero era mucho más largo y delgado. Sus cuatro agujeros no estaban a la misma distancia ni mucho menos, y además estaban orientados en diferentes direcciones. Estaba lindo. Y me lo llevé.
Lo dejé en la casa y volví a salir, ahora rumbo al centro. 
Craso error. O no, no sé. 
Fue el encuentro con la teoría del caos en forma de invasión brasilera a las tranquilas calles de la laguna. Todo el mundo se había dado cita en tres cuadras. Tomaban, gritaban, subían el volumen de sus equipos, bailaban en las carrocerías de sus camionetas y se sacaban selfies. Los bares estaban casi vacíos, la cosa era en las veredas. Por la calle, mientras, un desfile interminable de autos a dos por hora, que me juego la cabeza que eran siempre los mismos que pasaban, daban la vuelta y volvían a pasar. 
Huí otra vez, no sin antes manotear otro pique, esta vez tirado frente a un descampado. No sé para qué, pero ahora es mío. 

IV) La noche. 
Estuvimos charlando hasta las nueve y cuando se iban a acostar empecé a mostrarle a mis viejos las fotos de familia que tengo en la compu. En eso apareció un vídeo: era del aniversario de casados número 65 de mis abuelos, y lo vimos entero, hasta el final. 
Todos éramos más flacos, y algunas primas estaban mucho menos rubias. Todos gritábamos y comíamos pascualina. La vieja se peinó para la foto. El viejo recitó versitos, tocó el acordeón para la tribu sin errarle una nota, y todos lo aplaudimos dentro y fuera de la pantalla. 
_ Está lindo tener eso- dijo mi madre- A uno le da una mezcla de tristeza pero a la vez alegría por poder volverlos a ver y escuchar.

Ahora son las diez y algo.
Mis viejos ya se acostaron en sus camas y Guaytica en un buzo mío. Los mosquitos se preparan para comerme pero no saben que tengo un súper tul para mantenerlos a raya.
Venir a la laguna me cuesta mucho en varios sentidos, pero es una conexión con quién soy que no puedo permitirme perder por mucho tiempo. Es un espejo y a la vez una apertura de caminos posibles entre flores, garzas, voces, afectos, entre pasado y presente. Duele y alivia. Cansa y sana. 

Que nunca falte.




Soy invisible. Nadie me ve. Podría incluso irme de este bar sin pagar y nadie lo notaría. 
Soy invisible para todos.
No, no para todos. 
En verdad solo soy invisible para el mozo, pero es que de él depende todo: que me pregunte qué quiero, que me traiga un cortado, que me cobre a tiempo, que no vaya yo a perder el bus de la una de la mañana, que etc.
Pero para el buen señor mi cuerpo no tiene consistencia y mi alma no brilla. 
No me registra, listo. 
No me ve el mozo, ergo no soy. 
No soy, luego no puedo dejar propinas. Elemental, mi querido Mozomostazo.
Pero de todos modos le dejo algo, o no podré conciliar el sueño, y ya una voz me está anunciando que la empresa Núñez anuncia el embarque de mi bus.

Que nunca falte.





¿Qué pasa si una se olvidó de levantar la constancia de haber aprobado en febrero un curso en el IPES y pasa a buscarla diez meses más tarde?
¿La miran acusatoriamente? ¿Le gruñen? ¿Le dicen que debió venir antes y que por su culpa ahora van a tener que internarse en las catacumbas de los archivos s buscar el dichoso papelito?
No.
Se lo dan sin problemas, con fecha de realizado en Octubre.

IPES y yo, un solo corazón.