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sábado, 3 de octubre de 2015

Octubre 2015


Sí, de acuerdo, estuve mal. 
No debí darle esa aceituna entera a Tania para que jugara, pero... ¡me la pidió con tanta insistencia!
Ahora toda mi casa huele a aceituna, pero al menos encontré una manera fácil de hacerla hacer ejercicio: hace rato que corretea persiguiendo a su nueva "pelotita" por entre los muebles. El problema es que dos por tres la pierde en la alfombra de la cocina y se le va el interés... 

Si amanezco caída por resbalón en objeto esférico de procedencia desconocida ya saben por qué fue.




"Mi dedo mayor tenía
Una espina del jardín.
No la vi, por la miopía; 
Un doc me la sacó al fin."
Sí, un poco pelotudito es ir al SEMM por una espina en el dedo, pero en mi defensa debo aducir que la muy desgraciada se me clavó en la mano derecha y apenas se veía!
No, no manden telegramas preguntando por mi convalecencia de la extirpación: ya estoy mejor; el médico dijo que voy a salir de esta. 
Creo que un poquititito tentado de risa estaba, pero tuvo a bien disimularlo.
Gracias, doc.
El morocho del SEMM del shopping es a partir de hoy mi médico preferido.

Después de Peluffo, claro.




Subo al 316 en pleno hip hop urbano. Abundan las rimas consonantes con terminaciones verbales y la letra va integrando elementos del barrio como la covine o la barraca. 
Por suerte al minuto termina.
"Agradecerles de corazón por esos aplausos... Quien desee y pueda colaborar, puede ser con una monedita, una sonrisa, un abrazo, un "gurí, sos el mejor rapero del mundo", un caramelo de miel para entonar la garganta, lo que puedan y quieran colaborar serå muy bien recibido".
El "gurí" tiene unos 18 años y no parece muy modesto que digamos, pero al menos intenta ser un artista.
INTENTA.
Grita y me rompe los oídos sin mi permiso, pero él cree que es arte.
Suerte que llegué al final.

Fiuuu...




Iba llegando a Camino Maldonado, apurada como todas las mañanas en que entro a primera, cuando lo vi.
Era peludito y tendría un mes. Por debajo de la mugre se adivinaba un blanco y amarillo. Trataba de acechar a unas palomas casi más grandes que él, sin éxito alguno.
No podía pararme. Seguí caminando.
Un perro estaba en la parada, olfateando el trasero de cada persona que se acercaba.
Di vuelta. Levanté al gatito, lo llevé hasta la cooperativa, pasando la reja, y seguí caminando. Era suavecito y confiado.
Vino un 103 y me subí sin animarme a mirar para atrás.
Pobre.
Sé que a la vuelta no va a estar, y prefiero no saber, pero si está hasta Arbolito no para.
He dicho.

Pobre.




¡Goooool!!!
No, no sé de quién, ni me importa.
Solo sé que la radio del 103 acaba de taladrarme los oídos con el grito del relator, que vino para integrarse al pregón del caramelero y el tamborileo (en tambor posta) de la pareja del fondo.
103...

Me gusta cuando callas.





Primero fue la decisión de entrar a la cocina cada noche a partir de hoy a cuatro de las tunas más tentadoras, para sacarlas de la ruta nocturna de los esquivos caracoles del patio del fondo.
Después vino el impulso aniquilador de arrancar montones de ramas de plantas invasoras, de esas que uno quisiera mantener en un radio de veinte centímetros pero avanzaban ya medio metro en el deck, amenazando con colonizar para su provecho la mitad del espacio transitable, por lo menos, y quitando toda posibilidad de recibir el sol a las criaturas más pequeñas.
Hice una montaña en el centro del patio con los cadáveres. Me embargó la culpa, y traté de no pensar.
En medio de la tarea empezaron a aparecer los enemigos, guarecidos en los recovecos más recónditos del jardín, bajo las hojas de plantas que no comen, haciéndose los desentendidos. No me animé a liquidarlos, a decir verdad; solo los tiré por encima del galpón para que cayeran en el pasillo del fondo, y que los dioses de los gasterópodos decidan cuál será su destino.
Al final de mi trabajo algunas plantas me miraban con adoración y otras con una combinación de vertiginoso pánico y muda recriminación.
Soy una mezcla de Gandhi y Kim Jong-un.
Jodida cosa el poder.

¡Y todavía me queda el jardín del frente!





¿Se acuerdan de La naranja mecánica? Del tipo con los ojos abiertos a la fuerza para meterle contenidos al cerebro por impacto y repetición?
Bueno. Ese soy yo.
Voy a vivir, voy a gozar, vivir mi vida la la la la la.
Refresco Rinde dos: pagás un litro y tomás dos.
Hay que pedirle mås, más, más a la vida, como si fuera la la la última noche.
La música de Color Café te acompaña hasta las 8 de la mañana.
10 minutos más todavía.
¡Vamos!
¡Tú puedes!

Creo.





Cuando yo era chica creía que a medida que los años pasaran los problemas del amor se irían haciendo cada vez más invisibles, hasta dejar de sentirse por completo.
Qué ilusa.
Tengo los años que tengo, he madurado, he vivido y aprendido tanto que me cuesta creerlo, y sigo sin entender.
Por ejemplo, no entiendo lo que pasa entre vos y yo. Por qué lo nuestro es tan especial. Por qué podemos estar mucho tiempo sin vernos y no importa, porque el amor sigue ahí, siempre, siempre. Por qué insistís en buscarme, si sabemos que estás con ella.
Sí, lo sé, y en realidad ella no me interesa. Hasta parece buena persona. No es muy linda, pero parece buena, y te adora.
¿Por qué entonces insistís en buscarme? No ves que lo nuestro es imposible? O debo pensar que solo seguís a su lado por cosas tan básicas como la comida y el techo? 
Te repito: lo nuestro es imposible. 
Imposible, y no solo porque seguís con ella, sino porque yo tampoco estoy sola. Tania y Roldana nunca me dejarían adoptarte, Isis. 
Dejemos las cosas como están.
Lo nuestro es un amor de a ratos, un abrazo, unos mimos, y a seguir con nuestras vidas. Pero qué bueno que existís.

Que nunca faltes.





Estoy sola en la parada, en la cuadra y en el barrio. La tarde de domingo me ha desertizado el panorama a tal punto que ya ni controlo si anda algún flaco con ganas de celular nuevo en la vuelta, y me distiendo bajo el amable sol de octubre, hasta que lo veo venir.
Es un 404 con el destino al revés. Tal vez vaya Expreso... es raro.
Para veinte metros antes de llegar, aparece el habitual cartel de Palacio de la luz, y subo.
Soy la única en todo el ómnibus, que no tiene guarda. Tengo el bus a mi entera disposición: de manera que así se siente ser poderoso...
Me pregunto si el chofer aprovechará para secuestrarme y cambiar mis planes de teatro por una loca aventura sobre ruedas, pero no, porque a las dos paradas el muy desubicado empieza a dejar que otros pasajeros invadan nuestra dulce intimidad dominguera.

Así no se puede.




¿Qué hace una si el padre de sus amigas presenta un libro a cien kilómetros de casa y en una noche de alerta naranja? Una va. Conoce lugares nuevos, perros nuevos, ropa nueva, y se reencuentra con los afectos de toda la vida, aunque al día siguiente se le cierren los ojos y ande por los recreos del IAVA con una única cosa en la cabeza: café... Dónde hay café? 
Por suerte la máquina está siempre ahí, esperando por mis monedas.

Que nunca falte.




El primer bus vino en un segundo. La guarda era amable, el chofer escuchaba música clásica y me encontré con una amiga que me dejó el asiento porque estaba por bajarse.
El segundo bus viene con un informativo no estridente. Al subir un liceal de unos 12 años me dejó pasar primero y a las dos paradas una chica me ofreció el asiento vacío frente a ella.
Algo pasa.
O se nota demasiado que dormí poco y me espera una larga jornada o es una cámara oculta o es el Día del pasajero o algo pasa.

Ampliaremos.






Hoy por la tarde decidí ir un par de horitas a caminar.
Ayer había llevado a cabo la hercúlea proeza de ponerle por vez primera collar antipulgas a Roldana y a Tania y hoy empecé a ver bichitos caminando por el suelo. Medio atontados, fáciles de matar, es cierto, pero igual. O sea que metí insecticida por ambos pisos, cerré todo, dejé a las peludas amarillas en el fondo y me fui a hacer tiempo por la Unión. 
Dos horas, decía el aerosol. Antes de salir miré bien el reloj para calcular el retorno: eran las cuatro menos cuarto. Y me fui.
Iba por Piccioli, habría caminado unas diez cuadras cuando miré la hora: cuatro menos cuarto otra vez. ¿Estaría sin pilas? No; marchaba perfecto.
Raro. 
No entendí. 
Y seguí caminando.
Ya cerca de la Tienda Inglesa de Pan de Azúcar me llamó la atención una muchacha que caminaba delante de mí, porque sus calzas de tela brillosa azul bolita me hicieron acordar a los atuendos de las divas de Porcel y Olmedo en los ochenta, con los pantalones de raso y esas cosas. 
En fin. 
Entré en la Tienda Inglesa pero apenas, porque solo quería ver si vendían entradas para el teatro. Esperé unos veinte segundos a que me atendiera la empleada y en eso estaba cuando miro a mi izquierda y veo a la de las calzas azules que sale cargada con cuatro o cinco bolsas de mandados. ¿Cómo diablos sale con bolsas de compras si hace media cuadra iba delante de mí sin nada en las manos?
Raro. 
No entendí. 
Y seguí caminando.
Cuando ya me estaba volviendo y esperaba la verde en la esquina de Propios algo me hizo cambiar de opinión. Cruzando la calle venía una de mis Rodríguez favoritas: mi amiga Graciela, a quien hacía rato no veía. Terminamos comprando un café en el Mc Donalds de la esquina y tomándolo al solcito en un parque semi privado con mansión ajena de fondo: las escaleras de entrada del Liceo 14, que estaba cerrado por el feriado (y que no se entere nadie...).
Ella también vive lejos, y estaba ahí por pura casualidad.
Ella también tenía que hacer tiempo.
Ella también llevaba bizcochos recién comprados en una panadería que quedaba a media cuadra.
Ella también sabe que el tiempo es inestable, que una puede estar décadas sin ver a alguien y de pronto ponerse a charlar como si fuera ayer que fuimos a bailar, que jugamos al juego de la copa o que salvamos juntas el último examen en el IAVA.
Cosa rara la vida.
Lo entendí. 

Y seguí caminando.





Uno a veces cree que hay ciertas cosas han entrado a formar parte definitivamente de su pasado y de pronto se da cuenta de que no, de que hay que mirar hacia atrás y rever algunas decisiones.
Bendita calza negra debajo del pantalón.
Hoy es 11 de Octubre, pero eso parece no ser importante. 
Te necesito.





Venía de varias horas de patrimoniar por el IAVA y adyacencias cuando decidí bajarme en el Disco de 8 de octubre y Garibaldi a ver si me compraba algún vicio. Diez minutos más tarde estaba esperando el 103 con mi bolsita de Capuccino y budín de chocolate en la mano cuando un muchacho de lentes me preguntó si yo era profesora de Literatura. 
Uy.
¿Otro desconocido que emerge de las profundidades del pasado para mantener una charla y quedarme con la duda de quién diablos era?
Pero no, porque era un divino y aunque lo tuve en el 19 hace 12 años lo reconocí de inmediato, ubiqué su grupo, todo perfecto, como si no fuera mi memoria la que respondía tan pero tan bien a los interrogantes del encuentro callejero. Tomamos el mismo 103, me contó que con 26 años ya es Escribano, y me quedé con esa dulce sensación de haber elegido la mejor profesión que se me pudo haber ocurrido.
Después me senté, y mientras el bebé de enfrente lloraba a moco tendido mi oído empezó a registrar una conversación en el asiento de atrás entre padre cuarentón e hijo de unos seis años. Estaban jugando a decir palabras que empezaran por la misma letra. El padre lo elogiaba sin aspavientos pero con fuerza cada vez que decía alguna palabra difícil y el niño preguntaba por aquellas que no conocía. Una clase participativa y de una riqueza impresionante.
_ Desagrado.
_ ¡Muy bien! Diamante.
_ Eeeh... Dedo.
_ Dedal.
_ ¿Y eso qué es?
_ Lo que se pone en el dedo para protegerlo al coser.
_ Ah. Eh... Desalmado.
_ ¡Muy buena! Disco.
_ Diami.
_ ¿Diami? ¿Qué es diami?
_ Lo que decís cuando algo es muy rico: mmmh... ¡diami!
El padre le explicó que eso no era una palabra sino un sonido que representaba un placer ante la comida gustosa, y siguieron jugando. Cuando me bajé miré para atrás: iban abrazados. 
No está todo perdido, entonces.

Que nunca falte.





Se llama Sol, y tiene un año y medio o dos.
Viene gritando con todas las fuerzas de sus pulmones al menos desde que subí, en Propios, y ya vamos por el túnel. 
La madre tiene unos veinte años y trata de calmarla sin lograrlo. Ya la dejó sentarse sola, bajar al piso, pararse en el asiento, ir en la falda, ir sentada en el suelo, y la Sol nunca se calla ni baja el volumen de sus inarticulados gritos.
Al fin se bajan en Beisso y todos emitimos una perceptible onda de alivio colectivo, mientras seguimos oyendo sus gritos a la distancia.
Silencio.
Fiuu...

Que nunca falte.




Hoy estamos de suerte. No fueron 15 los omnibuses que pasaron y siguieron de largo: fueron apenas 10.
En el medio debo reconocer que pararon un 405 y un 316, pero solo tenían lugar para un par de personas c/u, y había como seis pugnando por subir. La conciencia social pudo más que yo: los que van a Pocitos son los que llevan a las empleadas domésticas, y ellas necesitan el trabajo más que una, que a lo sumo puede ligar una mirada acusatoria por llegar un par de minutos tarde. Además en el fondo sabemos que algún 103 en el correr de la hora pico va a parar, aunque sea para subir colgada, viajar estrujada y bajar extenuada por la tensión del "un pasito más, señores... si no cierra la puerta no podemos arrancar..."
Y en eso estamos, a la hora en que toca el timbre y aún por Jaime cibils, oh oh.

Feliz viernes.




La primera señal de que Houston, we have problems, es cuando la gente se cansa de esperar un bus que se digne llevarla y se va sentando en el frío banco de material de la parada. 
La segunda es que van apareciendo celulares y personas que llaman con voz compungida, como para convencer a un jefe de que no es su culpa, que van 8 o 10 ómnibuses que no solo no paran sino que no nos registran siquiera.
Pero la verdadera señal de emergencia la dan los COPSA cuando van por el medio de la calle, repletos, uno tras otro.
No, no hay paro. Han pasado unos 15 omnibuses de todos los colores.
Es solo que vivimos en una ciudad mal organizada en su sistema de transporte y las personas de estos barrios no parecemos ser importantes a la hora de asegurar las condiciones båsicas de acceso a otras zonas.
Jueves quejoso.

Ya va a pasar.




Hoy en el último grupo un estudiante y yo leímos a la vez y sin previo ensayo el conjuro de las brujas en ls escena 3 de Macbeth, y juro que nos salió más afinado y en simultáneo que el par de canciones con que un señor con voz de vino y una señora con voz de canto coral acaban de deleitarnos en el 103.
Eso sí, su función fue justificada como pocas: arrancaron con "Hasta siempre" en el día previo al aniversario de la muerte del Che y terminaron con "Viaje de amor", a un año (dicen) de la de Cerati.
Ya se bajaron. Bienvenido casi silencio, porque el chofer oye cumbias pero bajito, y los "cantantes" gritaban de lo lindo.
Necesito un aparato que produzca silencio; los sentidos deberían poder desconectarse a piacere, como cuando cerramos los ojos.
Y mientras tanto algunos pseudo artistas deberían callarse...
Uy, subió el que pide palabras y finge improvisar un hip hop...

Estoy de turno.





La radio del 103 sintoniza una estación de cumbia y a la hora de la tanda hay muchos avisos de bailes para el fin de semana, pero uno en especial me pone los pelos de punta: 
"Para ayudarte a que las chicas se pongan mimosas a las primeras cien las invitamos con una copa".
La gente de La casona de Campbell sigue viviendo en otro siglo, parece.

Cuánto queda por hacer.





En el 404 moderadamente lleno en que viajo como bus número 1 hay unos quince pasajeros mirando celulares y uno que lee un libro. Es joven , tiene veintialgo, y va concentrado en algo que parece una novela.
Cruzando el pasillo va sentada la Frágil Viejecilla a la que amablemente le dejé el asiento libre de adelante al subir, asiento que despreció sin siquiera mirarlo, haciéndome reconsiderar mis actitudes filantrópicas de las primeras horas de la mañana con las Frágiles Viejecillas del barrio.
La chica que ostenta con orgullo su juventud sin medias debe haberse bajado porque ya no la veo, igual que el rubio de ojos verdes que me pareció interesante hasta que alguien lo saludó por su nombre y me di cuenta de que lo conozco desde que él era un niñito y yo una adolescente, oh, cielos.
Dos asientos más adelante va un flaco alto, castaño, de ojos celestes. No puedo evitar pensar que el pobre no debe de saber que es lindo, porque tiene una actitud de bichito que lo invisibiliza para todos, menos para la cuarentona que mata el tiempo observando a la población de este modesto distrito del STM y quizá olvidando que en diez minutos tendría que poner su cerebro en modo Macbeth hasta que llegue el mediodía.
Lo hermoso es feo y lo feo es hermoso.
En mi vida he visto un día tan hermoso y tan feo a la par.
Revoloteemos por entre la niebla y el aire impuro.

Salve Mariela, que más tarde volverás a subir a un bus.





Bien, bien, bien.
Ua nueva variedad de vendedor hace su aparición en el ya de por sí abigarrado mundo del transporte capitalino, en este caso suburbano: el artesano charlatán, que le cuenta su vida y desventuras a una única pasajera mientras hace una escultura con alambre que espera venderle cuando la considere terminada.
No, no se trata de mí. El artesano charlatán es astuto y elige muy bien a su presa potencial. 

O tal vez solo tuve suerte.





La señora sube en la parada frente a la iglesia, tiene lentes, canas y un abrigo marrón forrado de corderito. Se acerca al guarda y le extiende la cédula.
_Hace falta que la muestre, o solo con mirarme la cara alcanza?
El guarda, de treinta y pico, zapatos marrones, medias celestes con rayitas azules y panza más que prominente, no contesta ni mira el documento, mientras le indica que pase sin dirigirle la mirada.
La señora se sienta y cree conveniente aclarar:
_Me siento aunque sea por poco tiempo, porque en dos paradas me bajo.
Nadie contesta.
Al bajarse pide innecesariamente permiso y agradece, aunque va al lado de la puerta y nadie debe correrse para que pase.
Pobre señora del abrigo marrón.
Pobre guarda tan joven y tan panzón.
Pobre yo que me acabo de ver en un espejo futuro tan fiel como inesperado.

Feliz domingo.




Chrome y mi celular dicen una hora, Mozilla y mi reloj de pulsera dicen otra, y al final lo único que cuenta es que hay sol y (aunque no se note) es primavera, o sea que por hoy olvidemos las convenciones y seamos buenos salvajes, que sea mediodía cuando haya hambre y hora de dormir cuando se nos cierren los ojos.
Eso sí: mañana al primer péndex que me venga con el cuento de la hora le pongo la falta, le pongo.





INTERACCIONES VESPERTINAS.
Sainete costumbrista en tres actos pseudoprimaverales.

ACTO 1

Feria del Libro. Escena 1.
Yo: _ Disculpá, ¿tenés descuentos para docentes?
Vendedora: _ Sí, tenemos un 10%.
Yo: _ Ah... ¿Y vos me creés si te digo que yo soy docente?
Vendedora: _ Sí, ya sé que sos de Literatura, porque te conozco del 30.
Yo: _...
Vendedora: _ Pero no fuiste profesora mía, ¿eh?
Yo: _ Aaah. (y por dentro: ¡Fiuuuu!)

Feria del Libro. Escena 2.
Yo: Hola. ¿Tenés descuento para docentes?
Vendedor: _ Sí, tenemos un diez.
Yo: _ ¿Y qué tengo que mostrarte para confirmar que lo soy?
Vendedor: _Nada, profe, 
Yo: _...
Vendedor: Te tuve en tercero del San Cayetano.
Yo: _ Aaah. (y por dentro: nunca te vi en mi vida, pero si vos decís...)


ACTO 2

18 de julio. Escena 1.
Péndex Lindo: ¡Señora! ¿Vio que frío que hace? ¡Nos vamos a volar!
Yo: _... (y por dentro: ¿este me da charla de onda, o me quiere robar?)

18 de julio. Escena 2.
Péndex Nada Lindo: ¡Pero qué hermosa que está, joven! ¡No se puede creer!
Yo: _... (y por dentro: Viene brava la primavera)


ACTO 3

103. Escena única.
Mirian: _ ¡Mari! ¿Cómo andás, prima?
Yo: _ Bien. ¿Qué hacés a esta hora, trabajás los sábados?
Mirian: _ Sí, pero no hasta tan tarde; lo que pasa es que estamos de balance.
Yo: _ Hoy juega Peñarol en el barrio, ¿sabías?
Mirian: _ Sí, ya termina el partido y encima van ganando. Me los voy a cruzar a todos caminando por Carlos Nery, qué mierda. 
_ Yo (con intención de animarla); _ Capaz que no coincidís con el malón de gente.Vas a llegar a eso de... cinco y veinte. ¿A qué hora termina el partido?
Mirian: _ Cinco y cuarto.
Yo: _Aaah. (y por dentro: cada vez estoy mejor para animar a la gente).


Y baja el telón mientras mis tres nuevos amores y yo entramos a Arbolito y los voy dejando sobre la mesa, para demorar un ratito la decisión de cuál voy a leer primero.

FIN