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jueves, 2 de julio de 2015

Julio 2015





Salgo de casa con algún asomo de luz pero aún de noche. Arbolito es un páramo desierto y silencioso. Ni un perro en la vuelta.
A los veinte metros, del pasillo de una de las tiras de casas de la cooperativa, sale un muchacho. Su aspecto no augura nada bueno. No es del barrio, anda sin mochila ni bolso y me echa una mirada que a mí se me antojó evaluatoria. Para qué me habré puesto la campera anaranjada de Minnesota que es llamativa, pienso, mientras el ipad empieza a despedirse en voz baja desde adentro de la mochila y el muchacho camina a la misma altura que yo, pero por la vereda. 
Me mira. Me mira de reojo de vez en cuando.
Dos personas van en el mismo sentido que nosotros pero más adelante. En un momento doblarán una curva y dejaremos de verlos. 
Apuro el paso y por las dudas lo encaro: 
_¿Vos tenés hora?
_No, no tengo- responde, medio descolocado. Pero agrega: 
_Buen día.
_Buen día- contesto.
Y vuelo hacia la parada, con cara de que iba a llegar tarde al trabajo.
El ipad, por las dudas, suspira aliviado.

Yo también.





Puesta de luna llena entre jirones de nubes. 

Ventajas de entrar a primera.




Por qué están todas las vacas acostadas en el campo ahora? Será porque se viene lluvia?

Solo sé que (de vacas) no sé nada.




Debo reconocer que no soy muy fan de NTVG ni (menos) murguera, pero arrancar el día con Clara a todo volumen en el 103 me pareció una muy buena opción, al menos hasta que terminó y el locutor se puso a leer y comentar mensajes de la audiencia:
"_ Muy bueno ese tema, me mata- nos dice el Negro Pablo de la Unión. Es que es un precioso tema, más que una canción es un poema".
Mirá vos, pienso. Ahora resulta que canciones y poemas van por carriles diferentes. Y en eso aparece Fernando Vilar, a discutir sobre la hora en que le entregan el programa y sobre el fascinante enigma de si el que decía "qué hay de nuevo, viejo?" era Buggs Bunny, Batman o Alf.
Por suerte acabo de liberarme de sus voces: el segundo bus viene con una señora que canta en otra radio a un infeliz que la hizo cornuda (sic) y del que (dice) ya se ha liberado.
Se ve que tanta inmersión en el arte a tempranas hors de la mañana me deja atontada, porque cuando voy a sentarme en el último asiento en la esquina del fondo me doy un golpazo en la cabeza con el pasamanos, aunque disimulo y hago como que no me pasó nada. Si me ven medio rara en estos días ya saben por qué. 
Disimulen ustedes también.

Buenas noches.




Invéntese una estrofa con rima asonante AAAA.
Quizás amaste a quien no debiste amar / tomaste una decisión fatal / te lastimaron y eso te hizo mal / yo lo tuve que pagar.
Repítase cinco o seis veces con un fondo rítmico invariable.
Ya tiene usted EL tema para atormentar a todos sus pasajeros en el 77..
Sí, hoy tocó excepcionalmente Raincoop.

Un 103 pintado de azul.




Eran dos muchachos. Venían sentados detrås de mí en el 405, conversando.
_Vo, hoy nos fuimo hasta Quevedo y nos compramo uno porro ahí. Tendríamo que tener un kilo de aquello pa pasarlo bien, sabía? Taba re linda la tarde pa pasarla gozada.
Eran dos muchachos. Venían sentados detrås de mí en el 405, conversando.
_Viste que los republicanos ahora llevan a Trump? Si gana va a complicar todo lo que sea negocios internacionales con estados Unidos, visas, todo. Igual por ahora no pasa del 24% de los votos. Los demócratas esta vez van con Hilary Clinton. Siempre buscan dar una imagen progresista, como antes con Obama.
En el 405 de Peñarol al Parque Rodó dos mundos tienen su propia frontera delimitada con tinta invisible en la parada de Montevideo Shopping.

Queda mucho por hacer.






_ ¿Va a llevar algo más?
El feriante joven me miraba, bolsa de nylon abierta y lapicera preparada para seguir sumando ítems en la cuenta.
_ Sí. Mandarinas. ¿Esas que tenés ahí son Elendale?
_ No, joven.- teció un veterano, el dueño del puesto, de mejillas coloradas y unos ojazos azules que gritaban a las claras su ascendencia italiana.- Esas son tangerinas-tangerinas. Pruebe una.
_ No, igual te creo...
_ Pruebe, pruebe.
Y probé. Dulces, suaves deliciosas.
_ Y ahora pruebe aquellas, las de adelante. 
_ ¿Qué son?
_ Pruebe.
Y probé otra vez, y me fui de golpe a los ocho años, al sabor de verdad, al olor, a la cáscara que se pega en la fruta, al tangerino del patio de mis abuelos al que con mis primas asaltábamos a diario y que era el refugio cantado en todas y absolutamente todas las escondidas.
_ No puedo creerlo. 
_¿Vio? Se llaman Montenegrinas. Es que las tangerinas de Salto son de tangerinas de verdad.
Y me siguió explicando sobre las variedades y el proceso de transporte y almacenamiento de los cítricos, mientras yo pensaba que no hay caso, cuando uno ama lo que hace no hay profesión anodina.
_ Adiós, querida, que te vaya bien, cuidate.- me despidió, ya con la confianza de saber que me había convertido en su fan número uno y clienta de cada fin de semana a partir de ahora. 

Y me fui.





Ayer fue un día largo y productivo. Sobre todo largo.
Estaba ya en casa, cercana a la medianoche y a punto de entregarme a un sueño reparador, más que deseado más bien implorado por mi organismo desfalleciente, cuando me cayó este mensaje: 
"Un dato importante, Donde sale san josé esq martínez trueba se incendió una librería, hay una volqueta llena de libros". 
Quien lo enviaba, estudiante de uno de mis grupos del IAVA, agregaba que su padre le había llevado solo un libro de Inglés pero había más, MUCHOS más, tirados, pobrecitos, esperando ser adoptados por un alma caritativa con poco sentido del olfato.
O sea, que había que hacer algo.
Dado que hoy entraba a las ocho menos veinte de la mañana mi cerebro (lo que quedaba) empezó como pudo a trazar complejos planes que más o menos se resumían en esto:
Visto: que esos libros van a durar poco en la volqueta.
Considerando: que los quiero.
Resuelvo: levantarme media hora antes y pasar por el lugar antes de la primera hora de clase en el IAVA.
Conclusión: desperté, volví a dormir, salí a la hora de siempre y terminé pasando por el mentado lugar recién durante mi hora puente a las doce del mediodía de hoy, a ver si quedaba algo. Y quedaba.
La volqueta era en verdad un par de ellas más dos enormes bolsas, de esas de escombros, llenas de libros de Inglés. De los "In focus" que tienen a Drexler en la tapa, había como cien o más, húmedos por la acción de los bomberos, unos, tiznados, otros, sucios por el incendio, el resto. Pero a mí no me interesaban los In focus, así que anduve chusmeteando por ahí, junto a dos o tres personas que tímidamente miraban qué había en la vuelta. Aquello era un Shopping de lo quemado. Shopping On Fire. Post Fire.
Tres hombres que andaban por ahí cartoneando nos dijeron a una chica y a mí que quizá mejor debiéramos preguntar qué había para llevar a los obreros que estaban adentro de la librería, pero no nos animamos, hasta que uno de los cartoneros, el más grandote, se asomó y pegó el grito:
_¡Jefe! Acá las muchachas quieren saber si hay alguna cosa que se puedan llevar de la librería, que no esté en muy mal estado_ Mientras la chica y yo nos mirábamos con cara de "uh... no queremos hacer bardo...".
_ Bueno..._ contestó alguien desde adentro_ Si nos hacen una fuercita para la Coca Cola puede ser que haya algo...
_ Si vos entrás yo me animo_ susurró la otra. Y entramos.
No pasamos más de unos metros (o se les complicaba a los muchachos que estaban trabajando), mientras el más joven nos fue trayendo varios libros que estaban casi casi sanitos del todo, aunque con olor a humo. Un encanto. Ojalá le haya caído bien la Coca Cola del almuerzo, con el olor a humo que aún había.
Terminé trayéndome unos cuantos libros tan pero tan útiles como uno de ejercicios nivel Cambridge, otro de recetas para hipertensos y tres de cocina, de esos en que no conocés la mitad de los ingredientes pero quizá algún día en una de esas quién te dice.
Y me volví al IAVA con mi tesoro a salvo de las llamas y del agua en una bolsa de supermercado.
Lo que importa, después de todo, no es la ganancia sino la aventura, y especialmente la posibilidad, ese gustito a "quién te dice que" que nos mueve más allá de cualquier cansancio, conveniencia o lógica social o monetaria.

Que nunca falte.





Eran las cuatro o cinco de la tarde. Yo estaba joggineada y empantuflada, trabajando en la computadora con vistas a desplomarme de sueño a la primera oportunidad, cuando una persona desconocida me mandó un mensaje por facebook.
Era María, una profesora del Liceo 58, el viejo y querido Benedetti, invitándome a un homenaje de entre casa que en la institución se le iba a hacer a Vanessa, ex alumna de allí, a quien tuve en tercer año en el 19 y con quien me he encontrado y reencontrado reiteradamente a lo largo de todos estos años. 
¿El motivo? La publicación de una antología de poetas jóvenes en Buenos Aires que la incluye con justo mérito entre sus voces, o tal vez también el fin del ciclo liceal, ya casada y madre de familia, en el turno Nocturno, o quizá fue simplemente el celebrar una vida luminosa que se nos cruza en el camino, vaya uno a saber. La invitación era para hoy mismo, y la premisa básica era la discreción, porque la homenajeada iba a ir al liceo pero no sabía del todo lo que le esperaba.
Salí de mi cansancio, de mi pantuflez, de mi cara lavada y pelos atados en lo alto de la cabeza, y allá fui. 
La cita era a las 21.15. Ya al bajar del 103 encontré a Fernando, a quien había convocado (en un rapto de lucidez) porque estuvo en el mismo tercero que Vanessa y son amigos. Él venía un poco de apuro, en medio de un par de horas puente, dado que es profesor de Química en el 37. Mirá vos mis alumnos del 19... 
Cuando Vanessa llegó ya estaba todo preparado para recibirla. Sus compañeros de clase del año pasado, sus amigos, decoraron la biblioteca del liceo con una cartelera, libros y globos de colores, y además había café, una torta con dulce de leche y otra, la especial, que atentaba contra cualquier intento de dieta en esta fría noche de julio.
El director, sus profesores, sus compañeros y amigos leímos textos de ella y del libro en el cual están publicados. Se le hicieron preguntas, se charló, se le dio una placa de bronce y se le deseó la mejor de las suertes ahora y siempre. 
El Bendetti es una gran familia, como lo era también el 19, "Ansina", cuando Vanessa, Fernando y yo nos encontrábamos todos los días en el ruidoso 3º8 en el que nos conocimos. Un grupo en el que, de los cuatro estudiantes con los que tengo contacto, dos son escritores, otro profesor y otra casi psicóloga. 
Cosas que la prensa no dice, ¿vieron? Qué raro, ¿no?
Salí del 58 en medio de la niebla, en la soledad difuminada de Camino Maldonado, pero no importaba nada, porque esta noche había recibido luz suficiente como para alumbrar mil mañanas. 

Que nunca falten.





El primer 103 de la mañana venía con la cumbiamba al mambo y su destino era Luis A de Herrera.
El segundo viene con un informativo donde Fernando Vilar defiende enojado los precios altos de la carne y la nafta y cuando ve que la situación es indefendible corta la discusión con la excusa de que "dejemos de hablar del tema, porque yo los viernes vengo de buen humor.. "
Dios mío.

Nunca creí que preferiría oír una cumbia a un noticiero a las siete de la mañana.






_A ver... ¡pasando al fondo que hay lugar!- ordena el guarda al llegar a una parada llena de gente deseosa por subir.
En eso se oye una voz desde la vereda:
_¡Vamos, pasando, que quedo yo solo y estoy gordo!
Y sube. El chofer-guarda del 402 le agradece el trabajo de guarda honorario y ofrece como retribución dejarlo en la puerta de la casa, al tiempo que responde a la pregunta de alguien con una ingenuidad (o una capacidad para la fabulación) que me deja patitiesa:
_¿Este ómnibus cada cuanto pasa?
_Cada 12 o 15 minutos.- dice.
Ja, pienso. Pero no digo nada. 

_¡Cómo va de lleno!- comenta un pasajero.
_Nunca viene así- aclara otro- Debe haber faltado el anterior.
Deben de haber faltado varios, me digo, porque tanto ahora como de mañana lo esperé más de media hora. 

_¡Me tapås el espejo, negro!- grita de pronto el chofer, y el gordo se da por aludido:
_¿A mí me decís?-pregunta con tono zumbón.
_No, a uno del fondo.
_Ah, bueno. Igual me bajo en la próxima.
_Bien. Queda lugar para tres pasajeros entonces- contesta riendo el chofer.

Así es el STM: dicharachero, popular e impredecible.
Y dejo de escribir, porque voy asardinada y esto no da para letras. Además subió una señora con una nena y le voy a dar el asiento.

Hasta la próxima.






Estaba esperando en la parada a que pasara el coche 2 de las 19.30 cuando vi las luces. Era una moto, y venía directo hacia mí. Si hubiera estado en Montevideo me habría dado por robada, pero en Florida las cosas son diferentes. 
La moto frenó a un metro, el conductor se quitó el casco y dijo: 
_Buenas noches.
_Buenas noches- respondimos a coro los cuatro o cinco que estábamos en la parada.
_¿Una empanadita?- ofreció, y allí mismo vendió las cuatro o cinco que le quedaban.
Florida: Universo paralelo.





Esto de haberle errado a la hora del bus a Florida y tener que viajar ahora sin asiento tiene sus ventajas, pienso, con un optimismo que corre parejo con mi despiste habitual en lo que a horarios y CITAs se refiere.
Por ejemplo, pude ver la represa de Canelón Grande desde un nuevo ångulo, que me descubrió nuevas playas y lenguas de arena que sospecho deben estar tentadoras para recorrer y buscar fósiles y fotos. También me sirve para comprobar hasta qué punto es grave la sequía por estas zonas de pastizales secos y huellas de incendios recientes. 
Lo que no termina de convencerme es que, al viajar de pie, domino visualmente las acciones de varios pasajeros. En ese sentido me pregunto, entre otras cosas, por qué la viejita del asiento 35 pasa y repasa un rosario entre sus dedos flacos y huesudos. Nos estará protegiendo de un improbable choque en la ruta? 

Se supone que en 15 estatemos llegando a Florida. Si la protección de la Doña 35 es efectiva, nos veremos en una próxima crónica de bus. Con asiento, espero.




Antes de que sonara el timbre para entrar a mi clase con sexto Artístico se asomó un muchacho a Sala de Profesores y me avisó que iban a llegar más tarde, porque estaban en parcial de Danza. Había habido alguna complicación con el uso del cañón, y la prueba se extendió más allá del tiempo previsto. 
Al principio los esperé en el salón, pero hacía mucho frío, y me quedé en la sala hasta que vinieron a buscarme. 
Al entrar una chica, Aynara, me pidió para dar una clase sobre Música del siglo XX. Ya me lo había propuesto cuando andábamos viendo vanguardias. Ella toca el oboe, es una excelente estudiante y mejor persona, ni necesita nota ni aprobación del grupo, solo quiere aportar lo que ha estudiado.
_ Pero nos queda poco rato...
_No importa, profe, todo bien, yo empiezo. 
Y arrancó. 
Nunca vi un practicante dar una mejor clase que esta. Clara, didáctica, a buen ritmo, con ejemplos, respondiendo preguntas, tranquila. El grupo es bullicioso, pero hoy no volaba una mosca ni aparecía ni un celular. Aprendimos muchísimo, yo sobre todo, porque ellos han tenido más formación musical, por la diversificación artística en que están y que me hubiera gustado tanto tener en los ochenta.
Al terminar le dije que le veía excelentes cualidades docentes.
_Sí, profe, pero no se gaste. Mi vieja ya está en esa, pero no me veo dando clases. No tengo paciencia. 
Y se volvió a su banco, como si nada, mientras yo me iba a la sala de profes pensando en cuántos maestros uno tiene la suerte de encontrarse en esta vida, a veces camuflados bajo el aspecto de estudiantes a los que debe calificar, cuando en realidad quisiera sacarles apuntes.

Que nunca falten.






_ Mirá mi carné, gil.
_A ver? No converse... Estudie y no moleste... Reaccione... Pah, te mataron.
_Sí... Qué hijos de puta, lo hicieron para que en mi casa me caguen a pedos...
Son de primer ciclo, tienen unos 14. El que charla en ciase habla con voz fuerte y no sabe mantener un tono de privacidad. Con razón lo rezongan. El otro pobre le cuenta cosas de un "rózame " que tuvo con una el fin de semana y él lo repite a toda voz en el pasillo del 103.
Después se puso a encarar a dos chicas de enfrente, con frases matadoras al estilo de "está fresco, eh?" Pero no le funcionó.




Ya tuviste un rancho en Valizas; sabés perfectamente lo que es bañarse con un balde calentando una caldera de agua para no congelarte en el proceso, dosificar el líquido elemento para que te dé justo, para que no se llene todo de jabón y te tengas que enjuagar con agua fría, de acuerdo, todo eso estaba bien en Valizas frente al mar y la mayor parte de las veces en enero y de vacaciones. Pero que en Montevideo por el simple hecho de vivir en lo alto de un repecho tengas baja presión de OSE y la mitad de las veces te salga un hilito de la ducha y debas sacar agua del piso de abajo o lavarte el pelo en la pileta de la cocina, eso, querida, ya no es admisible. Y que te estés bañando a lo valicero con un balde dentro de la ducha y de pronto te caiga encima un chorro de agua helada porque justo justo justo en ese momento la presión volvió a los niveles de normalidad, eso sobrepasa hace rato los parámetros de admisibilidad, y más si hablamos de un 18 de julio soleado pero frío, como corresponde a esta altura del año.
18 de julio.
Viva la Patria.

¿Aspirinas o algo para el resfriado, tienen?





Subir a un 103 Ciudadela que viene oyendo "La Patria, compañero, la vamos a encontraaaar por más que se nos vuelva aguja en un pajar" me lleva varias décadas atrås en el tiempo, hasta que por suerte a las dos paradas paso por el flamante y nunca terminado (por ahora) Intercambiador Belloni y me vuelvo a ubicar en 2015. 
Se nos va para arriba la Curva de Maroñas, se nos va. 
Aunque en seguida arranca Zitarrosa con algo de un boyero y un teru tero, no sé. No se puede. Hay dos mil canciones divinas de Zitarrosa; ¿no podríamos correr un piadoso manto de silencio sobre algunas que no resisten el paso del tiempo (o al menos no pasarlas a las siete de la mañana)?
Dormí poco. Estoy cansada. 

Que don Alfredo me perdone.




Villa Hadita. 
Acabo de ver un ómnibus interdepartamental que va a "Suàrez por Villa Hadita".

¿Soy yo sola o alguien más piensa que este mundo se está tornando un poco raro?





El 103 semi vacío se me escapó por unos segundos, pero esta no es una línea que ponga a prueba la paciencia de sus usuarios, y en un minuto llegó un nuevo bus. No tan vacío, pero llegó. 
De pronto miro para afuera y veo a un tipo que desde el auto de al lado baja la ventanilla y tira dos bolsas a la calle. Lo quedo mirando y me hace gestos que él cree que son de amenaza pero resultan simples bravatas de gurí chico que desde la impunidad de un auto se cree el Chapo Guzmán de 8 de Octubre. 
Pasa un minuto y por un momento agradezco no ser yo una mafiosa con poder, o le daría una buena patada en el trasero al que a la altura de Pan de Azúcar inunda el 103 de un olor digno de ventanillas abiertas y ventiladores gigantes.
Dos paradas más allá, cuando ya respiro de nuevo, la de al lado se pone a oír mensajes de voz que generosamente comparte con todos los pasajeros.
Un hombre se baja y al hacerlo insulta al guarda, en cierre de una pelea cuyo comienzo no escuché.
Parece que este jueves viene de andar con pies de plomo, pienso, aunque antes de bajar veo que en él viene también uno de mis estudiantes, uno que siempre llega tarde y hoy estará a tiempo, así que no todo está perdido, después de todo.

Y me bajo.




Hablo de mañana con una compañera que se fue a Buzios y de tarde me llega por mail, de una agencia de viajes que hace meses que no me escribe, una promoción... para ir a Buzios.

Esto comienza a asustarme.





_ ¡A loooos carameloooo!
Caramelo de yogurt: 10 pesos.
Caramelo de eucalipto: 10 pesos.
Caramelo masticable: 10 pesos. 
Caramelo de miel: 10 pesos. 
Caramelo de café: 10 pesos.
Caramelo de fruta: 10 pesos.
Caramelo crocante: 20 pesos.
Almendras: 20 pesos.
¡A looos carameloooo!!!
Y con ese simple pero efectivo pregón el señor le vendió caramelos al menos a siete personas, hasta que me bajé del 405.

Y después me vienen con las argucias de la publicidad y los mensajes subliminales...





Ambas madres son jóvenes y bellas; una a mi costado, sentada,y otra enfrente, de pie. Ls que va sentada habla con tono estresado y se queja porque la nenita dejø caer su morralito a cuadros del jardín de infantes y no sabe cómo levantarlo. La otra lleva tres niños a la escuela, los mira con un aire de paz y amor y no se inmuta por nada. El nene mayor es demasiado sobreprotector con la más chica y le dice unas veinte veces que se agarre bien, que se va a caer, pero la madre ve que la nena va firme y la mira con una sonrisa.
Metáforas de las maneras de encarar la vida, pienso, mientras la guarda insiste por teléfono en que su hijo salga ya y se tome un 110, o no va a llegar en hora a clase y el chofer me tortura con "Contrabandista 'e frontera", primero, y con una "rueda rueda de pan y canela, que no haya más niños sin ir a la escuela", después.
Bus temático.
Menos mal que ya me bajo, o termino yo también en una escuela en vez de en el IAVA. 

¡Guarda! La próxima...




Crónica con ocho apellidos vascos.
Entré a la sala de cine un minuto pasada la hora fijada para ver la película, mientras estaban dando el primero de una serie interminable de comerciales y adelantos, como siempre. Había planeado encontrarme con un amigo pero como llegué tarde ya no quedamos juntos, aunque al menos conseguí lugar en el último asiento potable de una sala donde las tres primeras filas son impensables si uno no quiere agarrase una tortícolis muy poco funcional para el domingo último de vacaciones de julio (snif).
Para llegar a mi sitio pasé por una parejita de unos veintipico de años: un cabezón de ojos claros y una rubia de pelo largo a la que le pisé un pie sin querer, lo que motivó un escándalo ("¡Ay! ¡Me mató!") más que injustificado, primero porque le pedí disculpas, segundo porque apenas le rocé un dedito, tercero porque no ando de tacos, y mis zapatos son lo bastante amistosos como para no matar a nadie. 
Es decir, que ya desde ahí comencé a odiarla. En silencio, pero comencé.
A medida que me acomodaba en la butaca y me iba haciendo consciente de la realidad que me rodeaba fui súbitamente invadida por una confirmación terrible e inexorable: como corresponde a un día de vacaciones, aunque sea al último (vuelvo a decir: snif), aquello estaba lleno de niños. Había niños de cincuenta años, niños de sesenta y un sinnúmero de niños aún mayores, que comían Pop, celebraban ruidosamente los chistes más ingenuos y comentaban en voz alta todas las vicisitudes de los protagonistas, tanto en los trailers como en la película misma que yo deseaba ver en silencio y sin olor a comida alrededor. 
La rubia tarada (digo, desde la impunidad que ahora me da la castañidad, y mientras me dure), en especial, resultó ser de lo más molesta durante todo el tiempo que debí soportar obligadamente a su lado. Ya arrancó durante la promoción de una película que a ella se le ocurrió que era protagonizada por Viggo Mortensen, motivo que la llevó a contar vida y obra del mismo, a ver si el cabezón de su novio se sorprendía con su erudición cintematográfica, cosa que así pareció ser, aunque ya sobre el final de la propaganda, cuando el locutor nos gritó a todos que el protagonista era Ed Harris (y no el pobre Viggo, que no podía estar tan veterano ni aún maquillado para la ocasión), no escuché ni un Mea Culpa de parte de ella ni un "le erraste fiero" de parte del novio. Probablemente él ya no la escuchaba desde un principio, y yo traté de hacer lo mismo, aunque evidentemente ella no conocía el significado de la palabra "silencio", ni mucho menos de "concentración" o de "no ser una criatura boba que ríe de todo y se finge emocionada por cualquier trivialidad para impresionar a su pareja o para hacerse la sensible, vaya uno a saber".
La fila de damas entradas en años detrás de mí, por su parte, no se quedaba atrás; comentaba cada fragmento de pensamiento que las imágenes provocaran en sus cerebros domingueros, y festejaba la ocurrencia de cada una de ellas con risotadas sonoras pero patricias, propias de señoras de Pocitos en la película de cada fin de semana con "las chicas".. 
Conclusión: cada vez más ansío que llegue el día en que un señor empresario comprenda que es buen negocio poner un cine con cabinas reducidas, para 2, 3 o hasta 4 personas, donde la percepción de la pantalla no se contamine con olores acaramelados, súbitas luminosidades de pantallas inoportunas y comentarios tontos, banales y previsibles, de esos que despiertan en algunas personas al Norman Bates que todos llevamos adentro.

Ah, ¿la película? La película me encantó, por suerte. Por suerte para la rubia, digo, que pudo salir sana y salva, sin imaginar lo cerca que estuvo de una muerte lenta a manos de su circunstancial compañera de fila, o de una buena puteada que le enseñara lo que es la educación en una sala de cine, por lo menos.




El 100 viene repleto nivel sardinazgo infame. Un pelado pasa aplastando a varios para bajarse y pide disculpas aduciendo que todos tenemos unos kilos de más y eso complica las cosas, pero nadie le lleva el apunte. Los bolsos y las carteras pasan alegremente por las caras de los afortunados que venimos con asiento. De vez en cuando el chofer alecciona a los que no se corren al fondo, que hay lugar. Y en medio de esta comprimida realidad adyacente está él, con sus sesenta y pico, sombrero gaucho y voz de viernes. Viene cantando tangos, uno tras otro. No solo la letra, sino también la música: "miñenren ñen ñam netemñetem..."
No termino de definir si es sublime o infumable; por suerte ya llega mi parada.
_Guarda! La próxima!
Pero sigo con él en la cabeza. 
Ñeremñenñen...

Socorro.





No hay caso. No puedo zafar de él. Y no es que me persiga, no. Es simplemente que siempre termina a mi lado. Me cambié de costado en el pasillo. Puse un péndex entre él y yo. Me corrí hasta el fondo del 103, y él ahí, a escasos centímetros de mi nariz. El Señor Oloroso. Tiene como 70 años de existencia y unos 43 de no bañarse. 
Por una vez en la vida agradezco la poca fineza de mi olfato.
Pero aún así...

Socorro.



Salir de Tres Cruces en plena noche rumbo a un examen en Florida ya es algo bastante inusual en mi vida. Que vayamos a una temperatura de horno mientras afuera el mundo se congela es aún un poco más raro, especialmente en el imprevisible universo paralelo de la CITA. Pero cuando empiezo a escuchar la radio del coche termino de convencerme de que este es un día insólito: The sound of silence en español...¿A quién se le ocurre?

Las voces de... el sileeeencio...




103... El reino donde todo es posible.
Incluso que una chica vaya ahora EN MUSCULOSA mientras yo me muevo por los pasillos cual simpático Michelín de colores.






Diálogos con mi vieja.
_ Ah, no te conté: la hija de Fulana está trabajando.
_ Qué bien, ¿qué hace?
_ Baila en el caño en Punta del Este.
_ ¿Ehhh?
_ Sí, eso... Se cuelga de unos trapos y hacen danzas con otras compañeras.
_ TELAS, Inés, eso se llama telas. El caño es otra cosa.
_ Bueno, eso... Estás igual que mi vecina de al lado que me corrigió la otra vez.
_ ¿Por?
_ Porque me enseñó que acá en la frontera el mate se toma con esta bolsita de tela alrededor de la bombilla, ¿ves? Para que no se tape, porque la yerba brasilera es una porquería. Y después le pregunté dónde se podía comprar una camisinha y me dijo que no anduviera repitiendo eso, que mejor le dijera "bolsita para la bombilla": Todos me corrigen, pero todos me entienden.






El grado de neurosis adictiva de una persona puede medirse según el nivel de estrés al que llega un minuto después de descubrir que se le rompe el cable del cargador de la computadora cuya batería ya ha pasado a mejor vida.
La velocidad de reacomodación y vuelta a los niveles normales de actividad se verifica cuando la misma persona descubre que el cable de la ceibalita funciona en el cargador de la Toshiba, y permite la conexión sin dificultades.

Fueron cinco minutos terribles.




Llegar de Cerro Largo casi a la una de la mañana, abrir el facebook en el que tengo alumnos y encontrarme con dos mensajes de dos diferentes "Edipo Rey"...
La vida del docente es un tanto extraña.
Y maravillosa.





Como todos los martes y jueves, hoy me tocaba ir a dar clases en España. Es un tercero, son un poco chicos pero muy linda gente, cálidos, estudiosos y participativos. 
El vuelo salió puntual. Yo iba sentada en la fila de atrás, al fnal de todo, aunque no recuerdo que hubiera muchos pasajeros además del amigo que me acompañaba. Por supuesto que no teníamos cinturón de seguridad ni había azafatas ni comida durante el vuelo ni comunicación con piloto alguno. El despegue se nos pasó sin darnos cuenta, y ya al rato nos acordamos de mirar por la ventanilla. Aún sobrevolábamos Montevideo, pero demasiado al ras del suelo; incluso en cierto momento vi cómo el avión levantaba la nariz para no chocar con un edificio de cuatro pisos, y al rato tomamos por Osvaldo Cruz, la calle de mi abuela. Me preparé para sentir las ruedas tocando el pavimento, pero nada. Seguimos volando. De todos modos la gente no estaba preocupada por nosotros; todos desde el piso (a pocos metros) miraban boquiabiertos a dos muchachos que volaban más allá con una especie de motorcito propio, vestidos con un traje lila lleno de gasas al viento.
Detrás de nuestros asientos había tres enormes bolsas, como de metro y medio de diámetro cada una, cargadas con peluches que yo llevaba a mi grupo, cada uno de los cuales tenía en su interior una computadora del Plan Ceibal que formaba parte de un intercambio cultural con el colegio español. Los peluches eran de tres clases: pandas, osos amarillos y algo indefinido de color lila, y yo pasé todo el viaje pensando cómo iba a darles la noticia y haciendo un relevamiento a ver si tenía el mismo número de peluches de cada tipo.
Ya en el colegio, mientras aún no llegaba mi hora de clase, con mi amigo nos sentamos en una sala de espera. Él se comió una plantilla de un recipiente que alguien había dejado y yo vi a una de mis estudiantes en el patio, que me confió que hoy era el día en que les iban a dar un dron a cada uno. Pobre, pensé, le dice dron a la ceibalita, tiene mucho para aprender todavía. 
Estaba lindo esto de ir a otro continente a dar clases. 

Y me desperté.