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miércoles, 26 de febrero de 2014

Diez minutos de hija

Eran las 9.20 de la mañana; yo me encontraba desayunando con la infaltable compañía de mi ceibalita, donde además de chequear el blog, el facebook y la página de El Espectador  estaba escuchando Océano, en espera de Darwin. Pero mi vieja no es quien para quedar en segundo o tercer plano, y desarrolla permanentemente una labor centradora de mi atención en su persona a la que en los últimos años no estoy acostumbrada.
Este es el relato de diez minutos de mi mundo auditivo cuando voy a la Laguna.
_Dentro de un rato nos ponemos botas de lluvia y salimos con paraguas. No llueve mucho. Me voy a hacer una ensaladita con choclos… ricos choclos, los compro en Brasil, tres por quince. Ahora en Montevideo quién sabe a cuánto estarán estos choclos… Y te voy a hacer a vos, a ver si te gusta, una milanesa de zapallo.
_No, para mí no te molestes
_¿No te gustan los zapallos?
_No me gustan las milanesas en general, pero no te preocupes, yo como las verduras así nomás
_ Ah, yo hago milanesas con verduras. Le pongo a la ensalada tomates, papas…
                _ A mí me gusta todo, no te compliques.
Se va al dormitorio y vuelve con un pomo de remedio que me muestra poniéndolo casi delante de la pantalla, a ver si me suelta de las garras de esta cosa, su rival.
_Mirá, este es el remedio que me compré en Brasil, es muy barato, 70 pesos. El tuyo tiene olor a antirreumático, el mío es perfumado,  tiene “diclofenaco”, como dicen ellos.
_Ah. Pero el mío es mejor, yo ya probé el diclofenac y no me hizo nada.
_Me voy a poner un saquito. ¿No te quedó corta esa frazada roja?
_ No.
_ Pero es cortita. ¿Sabés lo que pasó? Esa frazada era de mi madre, ella la hizo cortar porque era demasiado larga y después le quedó corta. Ella era cortita y la frazada era muy pesada, Cathy la cortó y le puso un orillito.
Aparece a los dos minutos con un montón de frazadas en la mano. A esta altura ya ni tengo idea de en qué anda la radio y ya cerré el blog.
_ Mirá lo que hice: compré seda en Brasil y les puse a todas el mismo orillo. Quedan tan feas con el orillo roto. Esta del Cele no, esta quedó con el orillo que tenía. Está abriendo el sol, ¡buenooo!
Se va al dormitorio. Vuelve con una almohada.                                               
 _¿Te acordás de estas fundas? Eran tuyas. Después hay otras más viejitas que están en campaña. Quedan lindas.
El Cele va al cuarto en que yo dormí ayer.
_ Ah, Mariela puso su tul. ¿Había mosquitos?
_No. Acá en el cuarto no había. Es cuando vos cortás pasto, cortás el pasto y abundan, pero yo les pongo flit y los corro. Para mí que no había mosquitos ayer. Mariela dice que vio pero para mí que eran uno o dos que entran con nosotros. Se pegan a la ropa, uno entra y ellos vienen con uno. Me voy a hacer la ensalada por si se nos antoja salir a caminar. Voy a hacer la ensaladita, así… Voy a poner la carne esa que trajiste o va a quedar vieja. Yo la mezclo con arvejas. Voy a…
El Cele se ríe de su programa de radio:
_Pobre Araújo, dice que oremos porque vuelva Palacios.
_ ¿No está Palacios? Ah, ese Araújo es un aburrido, Palacios es bárbaro.
A continuación se inicia una serie de mini-monólogos:
_ ¿No te gusta el pobre Jorge? (en alusión a Larrañaga, en la radio). (…) Perá que voy a arreglar esto que Mariela me regaló y… Ta. (…)  Ya está despejando,  vamos a salir en un ratito nomás a dar una vueltita, por lo de Analía, por ahí. (…) Los turistas se pelaron ayer. Sí, sí, estaban juntando desde temprano. Capaz que pidieron para quedarse una noche más y se fueron. (…)  Gatita… Dejate de pedir comida, que tenés ahí, ya te puse. Ya te puse comida, ¡dejate de joder y comé ahí!
Son las nueve y media. Termino de asumir que mi tiempo de lectura en la laguna se limitará a la siesta o a la nocturnidad silenciosa  y me dedico al dulce de higo del Carioca o lo que queda de él. Cualquier cosa que no sea mi madre es difícil de atender en este mundo de palabras.


lunes, 24 de febrero de 2014

Catharsis






Abrí los ojos en la semioscuridad del cuarto: eran apenas pasadas las seis y el único sonido audible era el del ventilador de la notebook que hibernaba desde hacía varias horas y tenía su pantalla  negra y quieta. Pensé por un momento en toda la gente que ya estaría en pie o por ir a trabajar y me identifiqué por adelantado con cada uno de ellos. La semana que viene allí estaré yo también, me dije, mientras iba al baño con la lentitud característica de cada uno de los despertares de esta Era Tendinitis.
Bajé a la cocina.
Puse atún en los platitos de Tania y Roldana.
Me volví a acostar.

Mi siguiente despertar ya no fue tan placentero; la angustiosa pesadilla que había tenido pareció seguirme aferrando con dedos sucios de culpa y de sombra por unos segundos hasta que se hizo la luz en mi cerebro y la verdad me atravesó con un estallido de felicidad. ¡No era cierto, no era cierto! Típico alivio del despertar tumultuoso.

Había ido a la cripta donde se guardaban los restos de nuestros seres queridos momificados. Mis dos abuelas presentaban cierto mal olor, lo que me hizo querer traerlas para casa a ver si las podía limpiar, pero las autoridades no me dejaban, por lo que cargué con ambas momias en una carretilla y a un descuido de los encargados de la recepción huí con ellas y no paré hasta dejarlas en una enorme tina con productos de limpieza en el living de mi hogar.
No estaba segura de lo que me convenía hacer. El remordimiento por el delito cometido carcomía mis entrañas y además las momias ocupaban mucho lugar en casa y yo no sabía si devolverlas o no. Hablé con el dueño del boliche al que iba todas las noches, un canoso un poco mayor que yo a quien consideraba una persona honesta y sensata. Se lo conté todo en la escalera del lugar, para que nadie nos oyera. Terminé la historia bañada en llanto pero él no se inmutó, sino que me planteó su punto de vista con total tranquilidad. Yo debía llevarlas al campo y quemarlas en algún lugar secreto, cuidando de que no quedaran huellas ni hubiese testigos. Pero… ¿no constituía eso un delito mucho más grave que el robo de momias? ¿Sería posible que de saberse terminara perdiendo la efectividad en mi empleo público? Él no estaba seguro de esto último; me deseó suerte y volvió a ocuparse de su negocio. 
Aún sin una decisión tomada vi que era hora de volver a casa.
¿Qué tan grave sería reconocer el error inicial y devolverlas? Seguramente mucho menor que cargar con la duda de si la cremación clandestina podría llegar a oídos de alguien y comprometer mi futuro, pensé, y terminé de decidirme. Las llevaría de vuelta. Iba a ser un mal momento pero había que pasarlo. 
Fue tal la liberación de haberlo definido que empecé a dar pasos enormes, casi a volar, camino a casa. Me apoyaba en troncos de árbol y daba saltos leves y altos, como de veinte metros. Una especie de Mario Bros montevideano y sin bigotes, cuyo recorrido terminó en una exposición de Bellas Artes en la playa.

Desperté. Eran las ocho de la mañana; Roldana reclamaba ya su segunda dosis de atún. Esta vez bajé la escalera con paso ligero, casi bailando de la alegría de saberme inocente.

Pensé por un momento que tendría que analizar el sueño pero no lo hice; preferí dejarlo como festín del psicólogo que un día de estos, más tarde o más temprano, empezará a hurgar debajo de la mata de rulos a ver qué huele mal en mi pasado o qué árboles del camino me ayudarán a remontar vuelo.

Y comencé el día.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Historia de martes



     Hace unos minutos llamó mi vieja desde Ñangapiré. 
    La conversación por momentos se hacía dificultosa, entrecortada, por lo que ella se levantó de la enramada donde estaban mateando con el Cele y se acercó a la entrada de la casa a ver si mejoraba la recepción.
     De repente, un grito: 
     _ ¡Aaaah! ¡Una crucera, Cele, ahí, ahí!
    Y siguió charlando conmigo como si nada.
     _ Debe ser la compañera de una que un vecino encontró ayer. Sí, el Cele la está matando con una caña. Menos mal que la gata no anda en la vuelta; ayer estaba empeñada en meter para adentro a una viborita verde que había cazado. Por suerte la vi y se la pude sacar. Como medio metro mide esta, es grandecita, ¿eh?
     Y cambia de tema y sigue su vida de lo más campante, mientras yo me quedo en Arbolito mirando debajo de las sillas por si una crucera perdida se está escondiendo en mi cocina.
El viejo y conocido adagio de que "hijo e' tigre bicho overo" no funciona conmigo.


martes, 11 de febrero de 2014

Diario paciente


          






            DÍA 1

Tras una aburrida mañana de clases de apoyo en Florida sin alumnos a apoyar, comienzo mis diez días de fisioterapia yendo en un 316 hasta el COSEM de Parque Batlle, al cual llego con ocho minutos de adelanto. Se supone que la clínica a la que voy queda justo al lado pero no logro darme cuenta de cuál es porque las casas linderas no ostentan cartel alguno, de manera que subo las escaleras, entro a COSEM y pregunto.

_ Hola. ¿Me dirías cuál es la clínica Italia?

La chica me mira con evidente cara de superioridad moral.

_ La clínica Italia (remarca) está en Avenida Italia, junto al COSEM de Albo.

Pequeña y breve autoflagelación interior, mientras bajo lo más rápido posible y salgo a la calle. Me equivoqué de COSEM, no es tan grave. Hace un calor tormentoso, son las cuatro y media de la tarde y no pasa ni un taxi. Decido caminar, a sabiendas de que eso no le hará nada bien a mi tendón de Aquiles izquierdo, causante de esta y otras complicaciones de los últimos meses. En el camino me detengo un par de veces a fotografiar hongos marrones en los canteros del Parque Batlle, que con la abundancia de lluvias han proliferado de lo lindo.


Llego a la clínica transpirada y dolorida. La recepcionista me mira con aire de crítica implícita y me comunica que he llegado con diez minutos de retraso, situación que limita mi tiempo de fisioterapia,. Los minutos no se verán compensados dado lo estricto del horario previsto para cada paciente. Días más tarde me daré cuenta de que de la media hora prevista el tratamiento insume solo quince o veinte minutos y que si llego un poco tarde no complico a nada ni a nadie, pero esta primera vez bajo la escalera como quien lleva un cartel de culpable en la frente. Culpable y despistada, en realidad, ya estoy acostumbrada. La chica que me atendió se ve que no, porque cuando pretendí pagar la sesión me miró por entre sus lentes de aumento y me lanzó una frase matadora:

_ Tú ya pagaste por este tratamiento.

Yo no me acuerdo; para mí que no, aunque no voy a pelear por eso. ¿Habré pagado?

En el piso de abajo me esperaba una joven. La fisioterapia consiste en que me tiendo boca abajo en una camilla donde me tocan el pie con algo enchufado a un aparato cuadrado, me ponen gel en el tobillo y vuelta a tocarlo, esta vez con otro aparato misterioso. Luego la técnica me enseña tres tipos de ejercicios de elongación que deberé realizar a partir de ahora varias veces por día. Y eso es todo. Terminó el primer día de fisioterapia. Solo quedan nueve más.

DÍA 2

Otra sesión vespertina, porque de mañana tuve examen en el 58. Llego con tres minutos de adelanto para compensar lo de ayer. Me gusta el detalle de las bolsas de nylon con un paraguas dibujado junto a la puerta de entrada, como indirecta para que una guarde su chorreante adminículo antes de ingresar al sagrado recinto de la salud y los pisos encerados.
 Me toca otra técnica (“Licenciada”, me corrige), esta vez más charlatana que la anterior. Ella también odia a los mosquitos; entre las dos logramos darle muerte a un gordo que estaba posado a medio metro de la camilla como eligiendo su presa. Con la humedad reinante estos bichos están muy subidos al caballo. Hablamos durante todo el rato y cuando me estoy por ir me dice quiere hacerme una preguntita. Saca un colorido catálogo de su cartera. Sonamos, pienso, es vendedora de Avon. Pero no. Me muestra dos vestidos y me pide opinión sobre cuál será el mejor para un casamiento en marzo. Elijo el gris, que es más sexy, y me vuelvo rapidito a mi casa, que ando con un boleto de dos horas y no quiero que pase el tiempo del retorno.


DÍA 3

De mañana fui a Florida, y me mojé, pero poco. Por la tarde sigue el gris, con el calor pesado de este febrero.

La misma chica de ayer, esta vez con la mitad de la energía porque está muy mal del estómago. Me entero de todo lo que ha comido en los últimos dos días, de sus desencuentros amorosos y de sus opiniones sobre los gastos comunes. Es muy joven, a veces parece una alumna de segundo ciclo aunque debe haber pasado los veinte.

Ya aprendí que el tiempo me da bien así que hago mandados en el Disco de Garibaldi, tratando de escapar a la góndola de los alfajores y afines con éxito moderado.


DÍA 4

Jueves de examen en el 58 y fisioterapia tardía, a las seis. Después hay un homenaje a Lorca en el Hotel Carrasco y un encuentro con mis amigas Literatas en Buceo. En vista de tanto movimiento sería muy bonito que el tiempo se arreglara un poco, pero sigue pesado y lloviznoso. Llegué bien pero apenas, gracias a un COPSA que vino volando.

Durante el tratamiento la fisioterapeuta me muestra fotografías de un perro diminuto cuya raza no logro registrar, tal vez porque para mí no es más que un cuzco chiquito, probablemente medio histérico como todos los perritos símil de juguete.

_ ¿Estás haciendo los ejercicios de elongación?

_ Eeh… Sí. A veces.

Dos veces, para ser más precisos, los he hecho dos veces en los últimos cuatro días. Mea culpa. Prometo (para mis adentros) corregir este nivel de boludez y hacer muchos, muchos estiramientos.


DÍA 5

Viernes: fin de la primera semana de tratamiento. Veo fotos de la futura novia del perrito microscópico de la chica, que piensa que en una terraza pequeña los dos van a congeniar y disfrutar de la vida. No logro convencerla de lo contrario.

El pie sigue igual de inflamado y yo sigo sin hacer los deberes. Anoto mentalmente que en el fin de semana deberé ponerme al día, y me voy al supermercado.


DÍA 6

Toda esta semana me toca ir a la clínica a las dos de la tarde, como se encarga de recordarme COSEM vía mensajitos de texto en cada jornada. El único problema de hoy es que estaba terminando de ver una película en mi casa cuando me di cuenta de que era casi la una y media, y tuve que salir corriendo (es un decir), sin cambiarme de ropa y sin peinarme, o no llegaba. No estaba para cruzarme con ningún conocido: cuarentona, pasada de kilos y desprolija ya es mucho decir, pero por suerte no, nadie, nadie. Espero.

13.57 estaba frente a la recepcionista firmando el papel de todos los días y bajando la escalera. Lo que no ocurrió como siempre fue que me hicieran pasar a los dos o tres minutos. Me quedé en la sala de espera, con el mismo televisor encendido y silencioso de todas las tardes, mientras el tiempo pasaba y nadie reparaba en mi presencia. Estaba puesto en un programa deportivo de cable; era interesante ver la cara de hijo de puta que ponía el conductor, un rubio que seguramente pensaba que así ganaba puntos frente a los panelistas y las mujeres del público.

A las dos y cuarto subí a ver qué pasaba. La chica de la recepción me miró casi con pánico, voló por las escaleras mientras me pedía disculpas y me hacían pasar a un cubículo. Parece que habían pensado que yo estaba con la de la semana pasada pero ella no había ido a trabajar, o sea que quedé en banda. De todos modos la de hoy me gustó más que las anteriores; se le notaba la vocación en lo que hacía, en las preguntas, en el interés por el paciente. Esta sesión me aportó más que todo el resto.

Ya volviendo por Garibaldi tuve una extraña visión: una chica se estaba sacando los pantalones en la vereda. Y era cierto. Se sacaba un pantalón negro y debajo tenía una calza, mientras yo transpiraba de lo lindo porque el calor malsano de estos días pasados por agua continúa al firme. No entendí mucho. Cuando la pasé me di cuenta de que era la compañera del que revolvía el contenedor de la esquina, al cual ella le gritaba.

_ ¡Decís que me amás pero qué vas a amarme, si sos terrible pastabasero, vos!

_ ¡Linda calza!_ fue su comentario al pasarle yo por al lado, y siguió gritándole cosas al tipo, que no vi que le contestara.


DÍA 7

Ya al subir al ómnibus me di cuenta de que el día soleado no iba a mantenerse por mucho rato. Había hecho mal en salir sin paraguas. Llegué a la clínica con dos minutos de adelanto y me atendió un muchacho que me pareció tan vocacional y serio como la de ayer. Me hizo preguntas, me dio ideas, vino el láser, el ultrasonido, y a los quince minutos ya iba doblando por Garibaldi hacia 8 de Octubre.

No estaba preparada para lo que vi. Cierto es que apenas salí me extrañó la oscuridad de ese mediodía, pero a la nube negra gigante que se cernía sobre el barrio no me la esperaba. Iba a tener que comprar un paraguas en el Disco; por suerte andaba con plata. Apuré el paso y llegué con la primera gota; en un segundo aquello fue el Diluvio Universal. Desde adentro del supermercado se escuchaba el agua batir furiosamente sobre el techo, e incluso dentro del establecimiento, porque en cierta zona se armó una catarata interior de lo más ornamental, hasta que los empleados pusieron en su lugar una palangana gigante, menoscabando la belleza del espectáculo. Demoré unos quince minutos, los justos como para que al salir ya la lluvia hubiera pasado, con lo que no compré ningún paraguas, que en verdad tengo dos en casa y por ahora más no preciso.

El 103 de la vuelta fue un caleidoscopio inefable de discusiones varias entre pasajeros más o menos ensopados, que prefiero pasar por alto. En Camino Maldonado muchas ramas caídas daban cuenta de la furia del ventarrón de hacía un rato, mientras que un auto verde oscuro que parecía evidentemente recién chocado y muy abollado despertaba el interés de vecinos curiosos desde la vereda de enfrente. Por la noche me enteraría de que en realidad no había sido un choque con otro vehículo sino que se le había caído un árbol encima. La llegada a casa la hice bajo llovizna excepto los últimos metros, cuando se largó el chaparrón obligándome a correr lo más rápido que pude. La cocina está inundada porque dejé la ventana abierta pero no es preocupante. Ya me estoy acostumbrando a la existencia semi branquial de las últimas semanas.

Hoy es 11 de febrero, y no ha dejado de llover desde el 20 de enero. Me pregunto si los devotos de la virgen de Lourdes irán la gruta con un tiempo como el de hoy, y si seguirán cargando botellitas con agua de OSE como si fuera bendita, como hacían cuando yo era chica. Y si habrá señoras que hagan tortas fritas bajo la lluvia. Y si seguirá existiendo la gruta. Y si yo haré algún día los ejercicios de elongación que me mandaron. 
Ser o no ser -una inútil-: ese parece ser el dilema.



DÍA 8
Llego y me voy con sol, me atiende la del lunes, cero novedades. Rutina.


DÍA 9

        Un muchacho nuevo me dedica mucho tiempo y me explica más cosas, con ejercicios de elongación para realizar (o no). A la salida saco número para la fisiatra (en veinte días) y vuelvo a casa comiendo en el 103 las papitas noissette que acabo de comprar en el Disco, mientras pienso que mañana es mi último día de diaria peregrinación a la Clínica Italia. 


DÍA 10

Diez sesiones, dos semanas, veinte buses y cinco licenciados más tarde soy dada de alta de la fisioterapia. El tendón está un poco más desinflamado aunque no curado. Los ejercicios siguen esperando por mayor continuidad de mi parte. Camino rápido y sin renquear, pero eso se lo debo a la pomada de uso veterinario que estoy usando desde que una amiga me la recomendó en Valizas, porque desde el primer día su acción fue casi mágica. Si cualquier día de estos me oyen relinchar o ven que hago ademán de rascarme pulgas con el pie lesionado, ya saben por qué es. 
Y con esta sencilla pero emotiva ceremonia doy por clausurada la presente edición del diario del paciente y toco madera para no volver a reabrirlo por mucho, mucho tiempo.